Hasta último momento hubo expectativas de que la crisis de gabinete sirviese para reorientar a un régimen que conserva apoyo popular, pero que se sigue abriendo cada día más frentes opositores, y sobre cuya responsabilidad pende el peligro de una situación financiera inestable.

Nuevos rostros y nuevas propuestas eran urgentes para remediar la falta de diálogo y de apertura, y por las suspicacias. Pero el resultado fue muy inferior a los anuncios: con alguna excepción, se trata de los mismos funcionarios que, como ya es costumbre, rotan en el mismo terreno.

Nada hubiese perdido el Gobierno si, manteniendo su proyecto, incorporaba a nuevos ministros dispuestos a tender puentes. Pero por lo visto no era ese el objetivo sino solamente aplicar la vieja política gatopardista de cambiar algo –muy poco– para que todo siga igual.

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Habrá que seguir esperando pues para una renovación cada vez más necesaria y urgente.