Alfonso Reece D.
Como estamos en tiempos de clichés, no podía faltar el de banana republic. ¿Qué significa esto? Una república cuyos ingresos externos provienen mayoritariamente o exclusivamente de la venta de banano, donde las transnacionales bananeras dominan todas las fases de producción y comercialización de la fruta, y en la cual estas empresas intervienen decisivamente en la política, poniendo o quitando presidentes y dictadores, según sus intereses. Salvo el tema de las exportaciones, el Ecuador jamás tuvo estas características.
Este aserto se desprende de la lectura de Empresarios ecuatorianos del banano, obra de Lois J. Roberts, historiadora norteamericana que ha recopilado una impresionante documentación sobre el proceso socioeconómico que convirtió a este país en el primer exportador mundial del oro verde. Lo interesante es que, pese a su objetividad contundente, pues el libro no evade aspectos “negativos” de la realidad, narra una historia positiva, que contribuye a mantener la esperanza. Según el trabajo de Roberts, el Ecuador no cayó en la condición de “banana republic” por varias razones. Hubo algo de afortunado azar, ciertamente, pero más importantes fueron las acciones humanas. El banano salvó la economía nacional durante décadas gracias a la visión de políticos, empresarios y técnicos ecuatorianos, sin que las grandes compañías bananeras se enseñoreen en nuestro país.
Curiosamente los políticos populistas, sin quererlo ni pensarlo, contribuyeron a este modelo, con leyes que dificultaban la entrada, sobre todo de Standard Fruit y United Fruit, las más grandes corporaciones americanas en este rubro. Impidieron incluso los aportes positivos que podía hacer una colaboración más estrecha con esos gigantes, pero sus medidas terminaron favoreciendo el surgimiento de una clase empresarial nacional, dinámica y visionaria. Sin embargo, frente a la actitud reaccionaria y miope del populismo, que también le hizo la vida difícil a los empresarios ecuatorianos, está la labor progresista de algunos estadistas, entre los que destacan Galo Plaza y Clemente Yerovi Indaburu, que sin hostilizar a compañías foráneas, coadyuvaron mediante una acertada política de crédito y asesoría, el crecimiento del sector bananero nacional, desde pequeños finqueros hasta grandes embarcadores. La prosperidad que trajo el llamado boom bananero, se distribuyó más equitativamente y trajo más bienestar general que la que produjo la maldición petrolera, porque enriqueció a la sociedad, en lugar de engordar al Estado.
Publicidad
Los grandes héroes de la gesta narrada por Lois Roberts son los emprendedores que crearon magníficos emporios bananeros. Son numerosos, pero entre ellos llaman la atención Manuel Amable Calle, Luis Noboa Naranjo y Segundo Wong Mayorga, tres capitanes que, en momentos distintos de esta historia, demostraron que las condiciones humildes de las que provenían no marcan a nadie y que el mundo está abierto para el que esté dispuesto a esforzarse con inteligencia.
Qué interesante es la historia cuando se parte de los documentos y no de los prejuicios. Empresarios ecuatorianos del banano como lo dice en su prólogo el experto norteamericano John Sanbrailo: “demuestra que el estereotipo del Ecuador como país fracasado es simplemente erróneo… Este escrito puede ayudar a superar el profundo pesimismo ecuatoriano, el cual ha sido uno de los mayores obstáculo para el progreso nacional”.