El país votará el día de mañana para elegir a sus representantes al Parlamento Andino, el cual, al menos en teoría, promueve entre otros objetivos “la orientación y promoción del proceso de integración, con miras a la consolidación de la integración latinoamericana”, sobrando efectivamente las palabras para demostrar la cargada ironía que representa esa institución en estos tiempos, especialmente tomando en cuenta el tipo de relaciones que existen entre los países miembros.

Partamos de un punto claro. Cualquier tipo de integración, sea comercial o política, requiere de vínculos elementales de respeto y tolerancia entre los gobernantes de aquellos estados que buscan una integración determinada.

Debe notarse que no estoy sugiriendo que entre los mandatarios exista una afinidad ideológica, menos aún una relación de amistad personal que facilite el acercamiento; me refiero al hecho básico de que es un absurdo seguir hablando de integración, en este caso a través del Parlamento Andino, cuando entre los gobiernos de países miembros de esa institución existen antagonismos, recelos y sospechas que, paradójicamente, convierten las posibilidades de integración en un discurso que nadie toma en serio. A propósito, ¿alguien puede recordar lo que se ha dicho en la campaña de los parlamentarios andinos?

Es decir que el Parlamento Andino pierde su razón de ser cuando las relaciones entre los estados parecen más invitaciones a actos de guerra. Aparte de la conocida enemistad de los gobiernos de Ecuador y Colombia, resaltada hace pocos días con la demanda que presentó nuestro país ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, tenemos ahora el grave conflicto producido entre Perú y Bolivia acentuado a raíz de la crisis del gobierno de Alan García con sectores indígenas de la Amazonía. Las abiertas acusaciones realizadas por el Perú así como la recomendación hecha por Evo Morales a los indígenas peruanos en el sentido que hay que pasar de la rebelión a la revolución, son una muestra clara de un ajedrez político que coloca fichas en la región, pero cuyo movimiento podría estar mentalizado por el gobierno del país que precisamente ya no forma parte del Parlamento Andino, nada menos que Venezuela.

Con esos antecedentes y si existiría el voto facultativo en este país, estoy convencido de que la gran mayoría del electorado no iría a votar, sin embargo la ley obliga a hacerlo, lo que en esencia es una pena ya que el voto no debería desperdiciarse en una elección sin significado. Y es que tal como he señalado, no cabe elegir representantes para una institución a la deriva, menos aún cuando las circunstancias políticas actuales confirman que es la fricción entre los gobiernos la que marca el rumbo de la supuesta integración andina, convertida en una caricatura de lo que debe ser el real acercamiento entre pueblos.