| www.angelamarulanda.com...El adolescente desobedece y se rebela, no para desafiar a sus padres, sino para experimentar su propia identidad y lograr su libertad. Hay que estar atentos y dispuestos a reconocer tal desafío, mas no para transformarlo en una batalla campal...”.PREGUNTA:  Hasta hace unos meses, mi hijo mayor (13 años) era un niño noble y obediente, pero ahora es como si nos lo hubieran cambiado. No quiere estar nunca con nosotros, vive encerrado en su habitación, todo le molesta, desobedece nuestras órdenes y hace mala cara por todo. Es muy rebelde. ¿Qué podemos hacer?ÁNGELA: Así como para ser profesional es necesario adelantar estudios primarios, secundarios y universitarios, y cumplir con las tareas correspondientes de cada fase, para ser adulto es necesario haber pasado por las etapas de infancia, niñez y adolescencia cumpliendo con las tareas propias de cada una, las cuales traen como resultado determinados comportamientos.Si tenemos en cuenta que la edad adulta se reconoce en el momento en que la persona tiene la capacidad de independizarse física, social, emocional y moralmente del seno paterno, la adolescencia es aquella etapa final de preparación para este fin. Durante esta época de transición a la adultez los hijos deben cumplir la tarea de definir una identidad  propia, para lo que necesitan dejar de ser una ‘extensión’ de sus padres (como hasta entonces) y forjar su propia personalidad. Por esto la adolescencia se ha definido como la ‘Declaración final de independencia’.Independizarse significa librarse de aquello de lo cual se depende. Es así como el adolescente desobedece y se rebela, no para desafiar a sus padres, sino para experimentar su propia identidad y lograr su libertad. Hay que estar atentos y dispuestos a reconocer tal desafío, mas no para transformarlo en una batalla campal en la que el joven lucha por desatarse y los padres por mantenerlo bajo nuestro mando.Existe un grado de rebeldía y desobediencia que forma parte de ser un adolescente. Es necesario entender que, así como hay que adaptarse a un bebé, también es necesario adaptarse a un adolescente, que es básicamente un individuo confundido y desadaptado en proceso de revaluar a sus padres y su mundo, para establecer uno propio. Adaptarse no es someterse. Los padres no tienen que someterse ni abandonar a los hijos, pero sí es conveniente que acepten las conductas aparentemente absurdas y provocadoras de sus hijos como una manifestación de conflictos y confusión que el joven ni conoce ni sabe manejar.Por lo anterior es más acertado no colocarnos en posición de ser desobedecidos tratando de exigirles comportamientos que saben que el joven va a resistir (que se peine como el papá, que escuche música agradable, que juegue con su hermanita o que mantenga su habitación como dice mamá). Todas sus actuaciones, por desafiantes que nos parezcan, están encaminadas a ser diferentes a sus padres.La búsqueda de su identidad, de saber quién es, es el centro de su mundo emocional. El intento del adolescente por descubrirse a sí mismo constituye uno de los  momentos más difíciles de su desarrollo psíquico, sobre todo porque no se trata solamente de descubrirse sino de crearse, de asumir una personalidad y una identidad donde coincidan lo que él es, con lo que desea ser y con lo que otros esperan que sea.Los problemas se agravan cuando los padres insistimos en mantener una posición de sabios supremos ante los hijos y nos enfrentamos con los muchachos tratando de imponer nuestras ideas. Aceptar las ideas del adolescente no quiere decir aprobarlas y rendirse a las mismas, pero tampoco imponer las propias a la fuerza. Sus puntos de vista pueden ser válidos para ellos y, mientras no le hagan daño físico o moral, basta con entender que son diferentes a los nuestros.En la infancia, los padres somos el muelle al cual se sujetan los hijos; luego solo estaremos en momentos de tormenta, pero hay que comenzar a encaminarlos para permitirles iniciar su travesía. La etapa de la adolescencia precisa de una dosis muy grande de papá y mamá, no en términos de presencia física, sino  de apoyo, de amor y, especialmente, de fe en ese hijo que crece y que, en poco tiempo, se habrá transformado totalmente en adulto.