Nacieron con la vocación por sus profesiones y han dedicado a ellas más de cuatro décadas. Dos sastres y un tipógrafo cuentan el amor por el oficio y lo que los impulsa a seguir, sin querer jubilarse. Los hermanos Mayorga hilvanan sus sueñosArturo y Alberto Mayorga Nieto han vestido de terno a generaciones de familias guayaquileñas desde hace 60 años. Estos sastres ambateños heredaron el oficio de su padre, Segundo Mayorga, y lo perfeccionaron con la práctica a través del tiempo. Su llegada a Guayaquil fue casual. Don Arturo vino en 1948, cuando tenía 22 años,  decepcionado por el amor de una mujer. En la ciudad encontró no solo trabajo en su oficio sino una nueva oportunidad para rehacer su vida. "Encontré mi verdadero destino", cuenta ahora a sus 82 años. Él empezó a trabajar en un almacén de telas de la ciudad y luego en una sastrería. Las oportunidades le permitieron traer a su hermano, Alberto, hoy de 78 años, para que laborara en otra sastrería. Pero de a poco ambos se hicieron conocer por la calidad de su costura y montaron un negocio propio en Aguirre y avenida del Ejército. Allí permanecieron durante 59 años vistiendo a niños, jóvenes y adultos. Familias enteras, como la Juez, Allen, Leytora y Arteta se mantienen fieles hasta hoy a sus servicios. “He vestido al abuelito, a los nietos y ahora bisnietos”, cuenta Arturo. Hace dos meses se cambiaron a Las Acacias para trabajar en un local de su propiedad y más cercano a su casa. En ese taller, estos hermanos continúan con su labor. Don Arturo es quien corta (y solo para esta tarea usa lentes) y Alberto el que cose y arma los ternos. En sus inicios tuvieron hasta ocho operarios y más de un cliente les ofreció la posibilidad de un préstamo para que su oficio creciera y fuera más industrial. Ellos nunca aceptaron. No les gusta deber, dicen, y además están convencidos de que su arte está en los detalles que se hacen a mano. Aunque llevan 60 años dedicados a hilvanar ternos, ellos aseguran que nunca se han cansado de su trabajo ni han pensado en dejarlo. Por el contrario, la experiencia les ha hecho diferenciar entre una buena y una mala tela y aprender los estilos de sacos (antes la tendencia era usar los de dos botones cruzados; ahora se inclinan por los de filos redondos con tres o cuatro botones). También son críticos de las telas. La nacional, dicen, es mejor que la inglesa para un terno. Es más fuerte y le da durabilidad al traje. “Siempre hemos hecho lo mismo y seguiremos hasta que podamos, me gusta todo. Coser es un arte y tiene que gustarle para seguir”, indica Arturo. Él se jubiló de la Sociedad de Maestros Sastres en 1998, pero sigue trabajando en su taller. Alberto nunca fue afiliado. Don Alberto tiene una hija y Arturo, dos. Todos nacieron en Guayaquil, pero ninguno ha heredado el oficio de sus padres, un oficio gratificante porque disfrutan de vestir a la gente y sentirse útiles a la sociedad. Por eso quieren continuar con la profesión hasta que tengan fuerzas  o hata que su salud se lo permita. Y para eso pasará mucho tiempo, advierten. “Somos de una familia longeva, el que murió más joven fue nuestro padre, de 86 años”, indica Alberto.