Otra vez está la pluma en nuestras manos. Sin odio ni ira. Quizá más bien con un tanto de amargura mezclada en una pequeña dosis de ironía. No tratamos de hacer leña con el árbol caído como hacen quienes a la sombra de todos los regímenes buscan ubicación adecuada para sus instintos presupuestívoros. Ni cantaremos ditirambos ni haremos elegías. Aunque en el ambiente –melificado por la voz cósmica de Berta Singerman– haya importado más discutir si fue mejor la interpretación de Los Caballos de los Conquistadores, de Chocano o La Alegría del Mar, de Sabat Ercasty, antes que la caída espectacular –sin pena ni gloria– de un régimen político, no tenemos intención lírica ni inspiración elegiaca. Si algo tentaría ahora que el ambiente está literalizado y lleno de poesía, sería el epigrama. Sentaría mejor la gracia alada del chiste.