Un pozo de 120 metros de profundidad dota del líquido a 233 familias de una cooperativa.

Hasta hace unos años el panorama en la cooperativa Flor del Norte (km 27, vía Perimetral) no distaba mucho al de otros asentamientos informales, donde la carencia de servicios básicos constituye una característica.

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Entre calles lastradas y sobre una geografía irregular se levantan casas donde la caña guadua se erige como principal material de construcción.

Recipientes en las afueras de las viviendas denotan que la falta de agua potable la suplen tanqueros, oportunos auxiliares de un servicio del que carecen sectores populares.

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El impulso de un grupo de residentes apoyados de la fundación quiteña MCCH (Maquita Cushunchic) llevó a cambiar esta realidad en veinte manzanas del sector.

Ejecutaron un proyecto en el que pocos creyeron: dotar de agua mediante una red de tuberías. Hoy, un pozo de 120 metros de profundidad y más de 3 mil metros de tubería de 63 mm abastecen el líquido las 24 horas del día.

“Contamos con un sistema de purificación con cloro orgánico”, destaca con orgullo Isidro Murillo, presidente del comité Flor del Norte.

“En una cisterna de 1.000 metros³ de capacidad se mezclan agua y cloro, luego se bombea hacia cuatro tanques elevados y desde allí se distribuye”, explica el dirigente.

“Estudios determinaron dónde había caudales subterráneos. La fundación Maquita Cushunchic (palabra quichua que significa Dándonos las manos, comercializando como hermanos) gestionó financiamiento para el proyecto”, indicó María Tapu, coordinadora de la entidad.

“El Instituto Nacional de Higiene hizo los estudios que determinaron que el agua es apta para el consumo humano”, agrega Tapu, quien señaló a Solidaridad Internacional y al Ministerio de Relaciones Exteriores de España como entidades que financiaron el proyecto.

En el 2002, se perforó un primer pozo de 80 metros, pero el escaso caudal y la turbiedad del líquido llevaron a emprender una segunda fase del proyecto tres años después.

Antes, los residentes debieron organizarse y constituirse como comité. La colaboración de la población fue escasa, reconoce Murillo.

“Debimos convencer a la gente para que sea parte de mingas que incluía hacer canales y la construcción del reservorio”, aseveró Murillo.

Tyron Ortiz, residente de la Mz. 14,  colaboró con el proyecto. Él y sus familiares trabajaron “con pico y pala” y hoy es uno de los beneficiados.

El proceso no escapó de generar conflictos. “Hubo personas que se instalaron arbitrariamente e incluso otras que condicionaron el permitir que la tubería madre pase por su casa”, relató Tapu.

Ahora el sector es parte de la Nueva Prosperina, pero para  Murillo esto parece no ser más importante que “su agua”.

30.000 DÓLARES
Costó el sistema que incluye un pozo de 120 metros y el tendido de 3.000 m de tubería.

233 FAMILIAS
Cuentan con agua purificada y un sistema de clorificación durante las 24 horas del día.