Con más de 50 años de creado, el sector era límite  de Guayaquil, alejado del puerto por esteros y manglar.  

Casi todas las casas del Barrio del Seguro están juntas, pared con pared, y sus diseños son parecidos: viviendas con tumbados altos, en su mayoría de dos plantas. Sus primeros dueños, aprovecharon la mayor cantidad de espacio para hacer sus hogares, aunque la gran parte de ellos buscó otros rumbos con el paso del tiempo. 

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Las memorias de este barrio se mezclan con diversas imágenes, del antaño y aún del presente. Niños en bicicleta, calles cerradas los fines de semana por adolescentes y adultos para jugar índor hasta la caída del sol; galladas enteras recorriendo sus calles buscando diversión y amistades.

Al recorrer el perímetro de 10 cuadras que tiene el barrio,  entre Maracaibo, Francisco Segura, Bogotá y Quito; se puede apreciar la cantidad de cables que atraviesan las calles, y en las esquinas, frondosos y viejos árboles de troncos gruesos  y gran sombra. En otros sectores, en cambio, las calles se angostan y el paso en las veredas se vuelve casi imposible. Parece que en esa ansiedad de crecer, los propietarios se olvidaron de la importancia de las aceras. 

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Otros vecinos recuerdan que en una época se conoció a la calle Washington (la principal del barrio), como “la 42” en remembranza a esa calle de Nueva York, un punto peligroso de reunión de gente que, además de conversar, bebía y consumía drogas.

Una de sus características principales son los nombres de sus calles. La mayoría tiene denominaciones de capitales de América. Por este motivo, lo ubican como el Barrio de las Américas .

Sobre los orígenes de este barrio,  Gioconda Hidalgo, funcionaria del IESS, cuenta que esta institución otorgó las casas a los primeros dueños por medio de créditos hipotecarios a algunos de los afiliados de la entidad al principio de los años cincuenta.

En la actualidad, el ambiente de este sector es de tranquilidad en el día, pero de peligrosidad en la noche. 
Según sus habitantes, la mayor debilidad del barrio es la inseguridad, causada principalmente por la poca vigilancia y reducida cantidad de lámparas de alumbrado público en las calles.

Norma de Rojas ha vivido de manera intermitente en este barrio. “Cuando recién me casé vine del centro a vivir aquí, estuve unos años, incluso una de mis hijas,  María Elena, nació en mi casa en Costa Rica y Washington hace 48 años. El barrio era diferente, más tranquilo, la situación ha cambiado, ahora hay asaltos a diario y no vienen ni a fumigar,  estamos olvidados”, reclama.

Rosa Cueva es “nueva” en la  zona. Desde hace ocho meses alquila una casa y no entiende cómo hay tanta seguridad en el vecino Barrio del Centenario, pero cuando roban en el sector se demoran en llegar.

Grace de Hidalgo reside en O’Connors y Washington desde que nació. Recuerda que hizo buenas amistades en el sector. Sus sobrinos son amigos de los hijos de sus amigos, aunque parece que es la última generación que queda de conocidos, porque ahora, recalca,  los habitantes de la zona, al igual que en todos los viejos barrios, han cambiado y no viven la añorada camaradería.