San Valentín fue una fecha muy apropiada para que los enamorados recuerden aquellas anécdotas locas que vivieron con el corazón. A continuación algunos jóvenes nos cuentan su favorita.

Un romance antiempleo
Érika Vásquez (20)

“Desde hace un mes estoy buscando trabajo, así que tres veces a la semana salgo de mi casa para entregar currículos a las empresas que anuncian vacantes en el periódico. Lo que mi familia no sabe es que todas mis salidas son con mi pelado, quien se lleva a su casa todas las carpetas tras quedarnos paseando durante horas. Ahora él tiene un cerro de hojas de vida mías en su cuarto... y las sigue acumulando, porque ellas son mi pasaporte para que me dejen salir. Me pregunto, ¿cuándo se extrañarán en mi casa de que todavía no consigo ni una entrevista?”.

Un mes en la jungla
Cristian Moreira (23)

“Fue una experiencia espectacular. En una discoteca de Portoviejo conocí a una chica suiza preciosa llamada Melisa, con quien quedé en ir a la playa de Crucita al día siguiente. Pero el viaje se prolongó más de lo que pensé, porque, tendidos sobre la arena, me pidió que la acompañe a Quito y, de allí, a recorrer todo el Oriente ecuatoriano. Grande fue la sorpresa de mis padres cuando los llamé para avisarles mis planes. Mi papá se preocupó mucho, pero él es chévere y me dio permiso. ‘Yo le explicaré a tu mamá, pero cuéntame, ¿la pelada es bonita?’, me dijo. Fue un mes excepcional recorriendo la selva, donde, entre animales y plantas, me sentí como un Tarzán con su Jane gringa”.

Publicidad

Operación pavo
José Lara (26)

“Mi enamorada vive en La Libertad, en la península de Santa Elena, y yo en Milagro. El 1 de enero tenía muchas ganas de disfrutar un momento bonito con ella, por lo que viajé a buscarla llevando de equipaje dos botellas de vino, una de champán, una parte de pavo y pan de molde. Ese día me gradué de romántico, porque le preparé una sencilla cena en la playa a la luz de dos velas que nos alumbraron luego de una caída de sol maravillosa. Ella y yo siempre nos acordamos de ese día”.

Escapada nocturna
Sofía Vera (22)

“Una noche me quedé estudiando hasta tarde para un examen dificilísimo que tenía al día siguiente. O al menos eso hice creer a mi familia. Cuando todos se durmieron, a eso de la 01h00, telefoneé a una cooperativa de taxis para pedir un carro que me lleve a la casa de mi enamorado. Él me esperaba, también a escondidas, en el patio de su casa, donde nos quedamos conversando románticamente hasta las 03h00. Luego llamamos por teléfono a otro taxi para que me regrese a mi casa, donde nadie se enteró de mi salida. Si me hubieran atrapado mis papás, seguro que me habrían matado. Pero no me arrepiento, porque yo sigo muy enamorada de él”.

Enamorado con faldas
Nidia Pacheco (19)

“Mi papá es el hombre más celoso del mundo. No le gusta que mis amigos (varones) me visiten, peor un enamorado. Lógicamente, él no sabe que tengo una relación romántica con alguien y peor que me las ingenié para meterlo a la casa sin que él se diera cuenta. Lo que pasó fue que por su cumpleaños invité a mi chico a cenar en una casa abandonada ubicada junto a la mía. El problema era que para llegar allá, teníamos que pasar por mi patio... y por los ojos inquisidores de mi padre. A unas amigas se les ocurrió disfrazar a mi chico de mujer y meterlo, mezclado en el grupo, sin que mi papá se percate. Así lo hicimos y todo iba bien, hasta que una vecina chismosa le avisó a mi papá que había gente “rara” en la casa desierta. Él fue para revisar, pero como mi enamorado seguía vestido de mujer lo sacamos frente a sus ojos rogando para que no nos descubriera”.

Publicidad

Chanchicidio por amor
Iván Borbor (22)

“Cuando uno tiene enamorada, es innegable que se gasta plata. Hace algunas semanas tenía una cita con mi pelada, pero ese encuentro parecía sin mucho futuro, porque estaba chiro, chiro, chiro. Por eso tomé una decisión desesperada: agarré el chanchito alcancía de mi hermanito, de 12 años, y con una lima de metal le agrandé el hueco por donde mete el dinero. Pude sacar 7 dólares, y con eso me fui con ella a comer hamburguesas al Malecón. Claro que mi hermano se dio cuenta de mi hábil estrategia, y tuve que pagarle hasta el último centavo de ese préstamo que gentilmente me hizo sin enterarse”.