Escribo esta columna motivado por el espíritu navideño que inunda el mundo entero en estos días.

Porque sin importar idioma, raza, religión, condición social, económica o filiación política, en estos días la vida transcurre más lenta; los amigos se juntan, los vecinos sonríen, la familia atraviesa el mundo para reencontrarse en un abrazo profundo e interminable.

Escribo esta columna consciente de que aunque en este mundo cohabitan el amor y el odio, la bondad y la maldad, la solidaridad y el egoísmo, la verdad y la mentira, la generosidad y la codicia, la lealtad y la traición, al final, la luz siempre se impone a la oscuridad. Que el ser humano es, esencialmente, bueno.

¡Patria querida!

Por ello, estoy convencido de que nuestro Ecuador tiene salida. Que la pesadilla que vivimos puede terminar. Que mejores días están por venir. Y aunque depende, en buena medida, de las autoridades que están al frente de los poderes del Estado, sin el apoyo de la ciudadanía será imposible.

A lo largo de mi vida he ejercido la libertad de expresión y públicamente he defendido la de otros, a costa de ser estigmatizado por el poder supremo que gobernó el Ecuador por más de una década.

De modo que no se trata de libertad de expresión, ni mucho menos de pretender coartarla.

Pero creo que el Ecuador se desangra, no solamente por la violencia que se ha tomado sus calles o por la corrupción que campea en las instituciones del Estado, sino también por el odio que destilan quienes debieran ser guías responsables de la opinión pública.

Es que ya no hay opinión sin agresión; no hay comentario sin estigmatización; no hay tino, no hay beneficio de la duda. Siempre culpables y sin derecho a la defensa.

¿Acaso creen que adornando el insulto de frases grandilocuentes y palabras rebuscadas no se percibe el perverso objetivo?

Un sainete en la Asamblea

Y si bien el gran elector no se entera de estas bajezas, porque está ocupado sobreviviendo entre las balas cruzadas de la calle, el desempleo y el deteriorado sistema de salud pública, no es menos cierto que, en los grupos que tienen acceso a ellas, sobre todo los más jóvenes, se está sembrando una semilla de discordia, de agresión, de desencuentro, que nada bien le hace al país.

Por tal motivo, quiero hacer un llamado público a todas aquellas talentosas plumas que alguna vez caminaron senderos de periodismo sensato a hacer un alto a los gritos, a los insultos y a la estigmatización como hoja de ruta diaria.

Los invito a debatir los grandes temas del país, con apertura, con respeto por la opinión ajena, entendiendo que no existen absolutos.

Que el país está cansado de la discordia y de las broncas. Que las nuevas generaciones –que ya son mayoría– no quieren más de lo mismo. Que hay un país que sacar adelante. Que todos somos ecuatorianos y esa debería ser la causa que nos una.

Desde esta columna esperamos que hayan pasado una muy feliz Navidad, estimados lectores, y que el 2024 llegue cargado de bendiciones. (O)