Por asuntos familiares he viajado de Quito a Guayaquil con una frecuencia mayor a la usual en los últimos meses. En esos viajes encontré algo que en el mundo del urbanismo es una verdadera anomalía. Tiempo atrás, en lo que fue un terreno de mi abuelo, sus actuales propietarios habían construido un edificio de cuatro plantas altas. En él mantenían una ferretería, con sus respectivas bodegas. Resulta que dicho edificio ha sido demolido, sin siquiera haber cumplido 20 años de vida útil. El propósito de dicha demolición es la pesadilla de todo economista urbano: el lote ha sido convertido en un parqueadero. Eso significa que demoler un edificio y cobrar por el uso de parqueos fue más rentable que aprovechar la construcción ya existente. Un ejemplo perfecto de cuán crítica es la situación del centro de Guayaquil.

A nivel urbano, este tipo de reversiones se han visto en la ciudad que es la capital mundial del fracaso urbano e inmobiliario: Detroit. En la que fuera la Meca del mundo automotor han ocurrido reversiones aún de peor magnitud. En ella se han transformado terrenos urbanos en parcelas de producción agrícola. Eso no ha pasado nunca antes en la historia de las ciudades. Normalmente, el proceso es al revés: las tierras de uso agropecuario, que comienzan a volverse yermas, por su excesiva explotación (la agricultura a largo plazo exprime todo los nutrientes del suelo hasta dejarla estéril), suelen convertirse en terrenos urbanos, que se ponen al servicio del mercado inmobiliario. De hecho, esa es una de las claves fundamentales del exagerado crecimiento horizontal de nuestras urbes; además del automóvil.

Sobre el transporte en Guayaquil

Visto bajo la lupa, el surgimiento de nuevos centros de desarrollo urbano en las periferias es un desperdicio de recursos. Nuevos sectores requieren nuevas redes de servicios; de agua, electricidad, vías, fibra óptica, etc. Peor aún, significa que las redes de servicios básicos en sectores ya existentes no están siendo aprovechadas a toda su capacidad. Acumulamos más kilómetros de cables y tuberías por habitante; sin que la población tenga un crecimiento significativo que lo justifique.

¿Qué se puede hacer entonces? Lo primero que se debe hacer es entender que el centro de la ciudad no es lo que era antes. Existen muchos grupos de la sociedad que, sin embargo, pueden ver a este espacio como una oportunidad y no como un estorbo. Conviene entonces congregar a estos grupos y a otros más alrededor de una mesa para escucharlos.

Visto bajo la lupa, el surgimiento de nuevos centros de desarrollo urbano en las periferias es un desperdicio de recursos.

¿Cuántos otros problemas podrían resolverse aprovechando la infraestructura existente? El centro de Guayaquil sigue siendo un espacio congregador, en donde varias actividades e instituciones están a distancias caminables. Sus tradicionales portales permiten que caminemos distancias relativamente largas, sin exponernos demasiado a la lluvia o al sol.

Si se puede demoler un edificio para convertirlo en parqueos, ¿no será que también se lo puede hacer para construir un edificio más alto? Los números dicen que sí se puede. Solo hay que saber persuadir a los posibles interesados y facilitar las gestiones de dichos intereses que beneficien a la ciudad. (O)