El conflicto Rusia-Ucrania genera alianzas y acuerdos a conveniencia. Estados Unidos, sus socios de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y los países enfrentados protagonizan ‘aventuras’ nacionalistas, intervencionistas o defensivas que amenazan la humanidad. Se replantean posturas ideológicas; se perdona y santifica a enemigos en nombre de la geopolítica: ese efecto de la geografía humana y física sobre la política y las relaciones internacionales que tensiona el mundo. Configura un nuevo orden de miedo, disputa por recursos, crisis económicas, traumas humanos, migraciones dolorosas, alianzas frágiles, chantaje e inseguridad nuclear, tratos increíbles. Como los diálogos Estados Unidos-Venezuela, donde Nicolás Maduro pasaría de odiado –con precio por su cabeza– a aliado económico por el petróleo.

Las acusaciones entre el presidente ucraniano Volodimir Zelenski y su homólogo ruso Vladimir Putin, alegando invasión ilegítima y asunto de seguridad nacional, deben digerirse como verdades instrumentalizadas incluso por ciertos medios. La incursión en Ucrania merece profundo rechazo, así como toda intervención de naciones que hoy critican lo hecho por ellos. Recordemos las invasiones de los últimos treinta años en este mundo ‘civilizado’ donde dominan los más fuertes, las armas más poderosas, “las estacas de Rousseau” afiladas –descritas el 2014 en este medio– cuando Crimea, Donetsk y Lugansk eran la antesala de la actual contienda.

Esta ‘locura’ en plena pandemia afecta la economía y el empleo global. Mucho más a países pobres con poca vacunación contra COVID-19; la ayuda sanitaria podría desviarse a gastos de una contienda urgida de inmediata solución. Rusia no quiere perder dominios estratégicos ni su reputación militar. Estados Unidos y la OTAN no desean ceder al capricho ruso contra la autodeterminación ucraniana de pertenecer a sus filas. Apelando asuntos de seguridad, Putin no piensa permitirlo y acusa la existencia de armas biológicas norteamericanas en Ucrania. Esto recuerda lo de Irak el año 2003, tras armas de destrucción masiva no encontradas.

Corea del Norte prueba misiles y empeora el escenario; China mueve sus fichas entre el rebrote de la pandemia, la amenaza norteamericana si apoya al Klemlin y una economía tratando de recuperarse. Las sanciones de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia y viceversa perjudican también al ciudadano común víctima colateral de la guerra. Putin, presionado económicamente, puede optar por arsenal nuclear táctico para someter a Ucrania. El presidente Zelenski y Occidente lo saben. Sin logística ni recursos suficientes para mucho tiempo, pese a la ayuda internacional, llama al pueblo a resistir; aunque entiende la urgencia de un acuerdo para terminar la pesadilla y evitar acciones que desaten un holocausto. La mediación papal solicitada por Zelenski podría indicar que la suerte está echada y pronto terminará esta guerra donde solo ganan los mercaderes de armas. La paz debe garantizar acuerdos sólidos para la convivencia en un mundo multipolar más frágil, temeroso e inseguro. Difícil labor para la diplomacia que negocia el fin del conflicto. (O)