Esta Navidad Jesús nació entre la masacre y el asombro por la incapacidad de la comunidad internacional para detenerla. Tierra Santa se tiñe de sangre con escenas de pavor y vergüenza. Desde la escalada violenta de octubre pasado, con el reprochable ataque a territorio israelí por parte del grupo islamista Hamás (quienes gobiernan la Franja de Gaza desde el 2007) causando 1.200 muertos y 240 rehenes, la respuesta de Israel mediante la declaración de “guerra” ha sido aterradora. El saldo: alrededor de 21.100 palestinos muertos y más de 55.000 heridos; con mayor baja de población inocente que de extremistas. De las víctimas mortales, casi 10.000 son niños.

Los fundamentalistas exigen reivindicación territorial y libertad usando medios violentos; Israel defiende la “tierra prometida” con acciones indiscriminadas, genocidas; como si aplicara una limpieza étnica contra los palestinos con fuerza despiadada. “Serás fuerte cuando aprendas a no dañar”, dice Alejandro Jodorowsky. En su lucha contra Hamás, Israel arrasa todo. Esto genera repudio, como el de Craig Mokhiber, funcionario de la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, quien renunció a su cargo al afirmar: “Una vez más asistimos al desarrollo de un genocidio ante nuestros ojos, y la organización a la que servimos parece no poder detenerlo… en Gaza, se ataca gratuitamente a viviendas civiles, escuelas, iglesias, mezquitas e instituciones médicas, y se masacra a miles de personas civiles”.

El papa Francisco denunció: “Civiles indefensos están siendo bombardeados y tiroteados. Y esto ha ocurrido incluso dentro del recinto parroquial de la Sagrada Familia, donde no hay terroristas, sino familias, niños, enfermos, discapacitados, monjas...”. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, culpa a Hamás de usar civiles como escudos humanos. Para un alto al fuego exige la entrega de rehenes, que desmantelen su aforo bélico y terminen su dominio político en Gaza. Defiende su guerra “civilizada” contra la “barbarie” rival. La visión de Netanyahu y el radicalismo de Hamás auguran un desenlace peligroso; más cuando los combates alcanzan Cisjordania, el Líbano, e Irán amenaza atizar el fuego. Palestina exige libertad y autonomía. Israel no lo desea política y militarmente fortalecido. Compleja situación, cuya solución racional daría tranquilidad a ambos pueblos, la región, y evitaría derramar más sangre; pero falta la voluntad de ellos y sus aliados.

Duelen los niños palestinos fulminados por la sinrazón; así como los del conflicto Rusia-Ucrania, de las migraciones forzadas, de zonas africanas sin agua ni alimento, los de la región víctimas de la inseguridad. Hace poco se deseó ‘Feliz Navidad’, hoy se preparan las fiestas de fin de año, mientras angustiados padres palestinos aún buscan a sus hijos entre escombros y hospitales. Esperamos que la vicepresidenta ecuatoriana, Verónica Abad, designada embajadora de la paz entre Israel y Palestina, gestione ayuda humanitaria para los niños, mujeres, ancianos, enfermos, desplazados que imploran comida, abrigo y ruegan no ser alcanzados por una bomba. (O)