Ayer ha empezado la primavera, un símbolo universal del renacimiento, de la regeneración y del despertar. El mundo se renueva, prometiendo un mañana fresco. El concepto de primavera ha trascendido el mero hecho astronómico para convertirse en símbolo de renovación.

Pero en Ecuador no tenemos primavera. Vivimos en un círculo vicioso entre invierno y verano.

La naturaleza confabuló contra este pequeño país dejándolo sin la opción de ese espacio de reflexión que ayuda a transmutar y cambiar.

Enseñar y aprender

No es culpa de los candidatos que en la campaña de la segunda vuelta electoral en lugar de transmitir propuestas que agreguen valor a la vida de los ciudadanos se dediquen a asperjar mensajes de difamación y campaña sucia, entregados a la esperanza de ganar por descarte y no por convicción. Es culpa de la naturaleza que no nos dio una primavera.

No es culpa de nuestra política promover el deseo del fracaso ajeno. Difundir esta mentalidad, que ve la caída del otro como una victoria personal y que no solo es dañina para el tejido político, sino para la sociedad en su conjunto. Es culpa de la naturaleza.

No es culpa del sistema judicial, ni de los órganos de seguridad, ni de los políticos presentes o anteriores, el que vivamos condenados al miedo, sumidos en la desconfianza, resignados a que desde la cárcel celebran con fuegos artificiales, que los crímenes no se resuelven, que todo es un secreto a voces pero nadie puede hacer nada. Como lo sospechas, es culpa de la naturaleza.

Silencio

No es culpa de los electores exigir y creer en una promesa de cambio, pero a la hora de la verdad, no estar dispuestos a una verdadera transformación. Carentes de la convicción de que el país se cambia cuando todos son parte de ese proceso, cediendo, siendo empáticos y sumándose como parte colaborativa de ese cambio. Es que no tenemos primavera.

Esta falta de primavera no solo reside en el ámbito político. Es un reflejo de una sociedad que, en muchos aspectos, se ha quedado en un invierno perenne, esperando que de un día para otro llegue el verano con las soluciones a sus problemas. Olvidando ser semilla para una renovación, para una verdadera transformación que cuestione y motive procesos y consensos que son lentos y se sostienen en el tiempo.

Tampoco es culpa de los conductores, que en las calles irrespetan todas las normas de tránsito y convivencia, siendo los más sagaces de la ciudad, demostrar que este país es de los “más vivos”.

No es culpa de los periodistas deportivos el tener el linchamiento mediático como deporte nacional, afilando el micrófono y descargando su agudeza visceral contra humildes muchachos que solo juegan a la pelota.

No es culpa que en los medios de comunicación no cambiemos las conversaciones. No es culpa mía que escriba tonteras como esta, pero si tuviera una primavera…

Como una ventana de esperanza, Lech Walesa, el político Premio Nobel de la Paz, dijo: “El invierno siempre es seguido por la primavera. Solo debemos ser pacientes y esperar”.

Pero ya sabes, no tenemos. (O)