Quito tiene condiciones cuestionables. Se trata de un gobierno municipal hipertrofiado, con 22.000 empleados a su haber. Cada una de sus secretarías se ha convertido en una especie de virreinato, que en varias ocasiones actúa de manera autónoma y hasta contrapuesta con los planes y proyectos de otras secretarías. Esto genera una suerte de rivalidades internas entre las organizaciones metropolitanas, que no ayuda en nada a encaminar las gestiones del cabildo en una sola dirección.

Como resultado, tenemos una ciudad al garete, cuyos planes de manejo y gestión van de las buenas intenciones a los parches puntuales. No se siente que haya un norte alcanzable y factible. En Quito reina la incertidumbre.

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Uno de los ámbitos donde más se siente este abandono y desgano es en la movilidad. Comencemos por reiterar que las autoridades correspondientes parten de la equivocadísima premisa de que la movilidad es un problema, cuando en realidad es el síntoma de un problema peor: la concentración de actividades en un hipercentro enorme. Uno va al mismo lugar a negociar con el representante de una reaseguradora internacional o a jugar fútbol en una cancha recreacional, reglamentaria y gratuita. En Quito, todo pasa en el mismo lugar y casi al mismo tiempo. Somos una mala versión del Aleph de Borges.

La miopía de querer solucionar cosas de manera puntual no les permite notar a las autoridades correspondientes que están generando un problema mayor.

En dicha desconexión organizativa y con la realidad de la ciudad, no se siente una visión integral de la misma. Al contrario, se ven los problemas de manera miope, sin entenderlos como parte de un todo. Ejemplos: se establece una circulación unilateral en el túnel Guayasamín, de los valles orientales al hipercentro, al mismo tiempo que se cierra la vía de los Conquistadores, que pasa por Guápulo. En el norte de Quito solo le queda una vía de evacuación a los valles orientales por las mañanas.

De por sí, NUNCA (primera vez, en diez años de esta columna que escribo un adjetivo en mayúsculas) debería haber contraflujos. Al establecer ese tipo de horarios, se incomoda a una parte de la población para satisfacer a otra. En las condiciones actuales, eso se sostiene aun cuando Quito cierra por seis meses una de sus conexiones regionales relevantes.

La miopía de querer solucionar cosas de manera puntual no les permite notar a las autoridades correspondientes que están generando un problema mayor. ¿Por qué no se realizan ese tipo de trabajos con una mayor previsión? ¿Por qué se espera que se inicie el periodo de clases para cerrar una vía? ¿No existen ya evidencias sobre la ineficiencia de los contraflujos en el túnel Guayasamín y en otros sectores de la ciudad?

Invito a las autoridades de la Secretaría de Movilidad y de la AMT a que respondan y demuestren que estamos equivocados; que tengan el descaro de decirle a la ciudadanía quiteña que ellos están haciendo un gran trabajo. Si es así, debemos entonces aplaudir su humildad, pues su buen trabajo no lo vemos los quiteños. Solo podemos apreciar atolladeros, contaminación y un metro que aún no funciona.

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Todo esto, bajo la silente mirada de un alcalde que cuenta las horas por entregar la administración de la capital a otras manos. (O)