Una vez que la Asamblea Nacional dio paso a la continuación del juicio político en contra del presidente de la República, Guillermo Lasso, es posible asegurar que más allá de las consideraciones legales que se han esgrimido de parte y parte, hay deseos y motivaciones políticas que han permitido que las cosas lleguen a este nivel, en el cual todos parecen caminar sobre la cuerda floja. En ese contexto, vale la pena que nos preguntemos si realmente era inevitable llegar a donde hemos llegado, o si en su lugar se ha dado una falla notable en la idea de que la política es el arte de lo posible en la medida en que su manejo sea realizado con talento y habilidad.

Quizás pensando que la política es el arte de lo posible, el actual Gobierno consideró al principio de su mandato que existía la posibilidad de construir un acuerdo sólido y duradero con el brazo político de la Conaie, Pachakutik, permitiendo de esa forma que Guadalupe Llori alcance la presidencia de la Asamblea Nacional. Pero como mencionaba un interesante artículo, la política dejó de ser el arte de lo posible y se convirtió en la técnica de lo inevitable, convirtiendo el oficio de gobernar en desafío de prever lo inevitable, pues “cada vez más cosas se escapan al control de la política”, “que solo pueden, en el mejor de los casos, dosificar las consecuencias de las decisiones que se toman”. Esa afirmación descargaría gran responsabilidad en el manejo político del actual gobernante, pues significaría que pudo y debió haber previsto, desde el inicio de su ejercicio en el poder, que existiría una oposición avasallante y en alguna medida delirante, que no escatimaría esfuerzos en descalificar su gobierno, provocando su ruina y remoción. Ante esa realidad, ¿qué correspondía a un gobierno carente de un respaldo político sólido?

Pedir reflexión en estos momentos puede lucir como risible, pero ¿qué más nos queda?

Sin embargo, es válido también considerar la idea de que aun si el gobierno hubiese trabajado en construir todos los puentes posibles e imaginables, sus opositores habrían hecho lo imposible para dinamitarlos. Sí, es posible que esa conjetura sea cierta y que, conociendo las ambiciones y prejuicios de sus principales opositores, cualquier esfuerzo hubiese sido en vano, pues tarde o temprano habría ocurrido justamente lo que estamos presenciando en estos momentos. El punto es que si aceptamos lo inevitable de la política como un elemento absoluto al momento de gobernar, estaríamos llegando a la conclusión de que virtualmente resulta imposible gobernar en estos países, idea que es compartida por Jaime Durán Barba, quien afirma que todos los gobiernos en América Latina “fueron populares durante su primer año y pasaron después a ser los peores evaluadores de la historia reciente”.

A estas alturas, naturalmente todos estos análisis sirven únicamente para las conjeturas, pues en la política real lo que sí podemos afirmar es que estamos viviendo momentos de gran inestabilidad en medio de una paz pública que se destruye cada día más y más.

Pedir reflexión en estos momentos puede lucir como risible, pero ¿qué más nos queda? La otra es creer que debajo de la cuerda floja hay una enorme red que nos protegerá al momento de la caída, cuando en realidad lo único que existe es un insondable abismo. (O)