A propósito de la denuncia de un medio digital español respecto de una supuesta salida nocturna del presidente Daniel Noboa, en Madrid, quien habría insistido en que lo lleven de farra, resulta válido mencionar que en estos tiempos en los que toda actividad humana queda expuesta al escrutinio público con el registro de vídeos y fotos de los celulares, resulta un tanto sugestivo, por decir lo menos, que del ajetreo del gobernante ecuatoriano no exista ninguna constancia, salvo unas versiones –al parecer desmentidas– de reclamos por parte de la cancillería española. A partir de este hecho, resulta interesante hacer mención a un punto de importante trascendencia jurídica y que se refiere a que un personaje público, con mayor razón un mandatario, está sujeto a una exposición en la cual se confunden los límites entre su vida pública y su vida privada.

Hay teorías jurídicas que sostienen que todo político asume voluntariamente un riesgo, específicamente la posibilidad de que su honor y su vida privada se despojen de la protección legal de la intimidad; la política invita a la publicidad y como tal a la aprobación o desaprobación pública respecto a su ejercicio, lo que a su vez significa que “admite una publicidad inherente, lo que, inevitablemente, provocará una menor vida privada, y una dificultad para mantener relaciones dotadas de confianza y confidencialidad, pudiendo surgir como contraprestación a la delimitación restrictiva de sus derechos de la personalidad un cierto sentimiento de prestigio, fama o poder del que, a su vez, el político se hace siervo”.

En otras palabras, el político asume que no podrá pasar desapercibido y claramente que es un riesgo buscar en ambientes concurridos la tranquilidad que podría obtenerse en espacios privados.

Reconociendo, por lo tanto, que la esfera de intimidad de un político es más limitada que la de cualquier ciudadano, hay que sumar el hecho de la exposición total al cual todos estamos sujetos en los últimos tiempos con las fotos y videos de los celulares, lo que era obviamente impensable hace algunos años. Tanto aquí, como en otras partes (incluyendo el primer mundo) han existido gobernantes con una clara apertura a la vida nocturna y si bien esas historias han sido discutidas y analizadas hasta la saciedad, difícilmente se encuentran registros de las mismas, por lo que gran parte de los relatos terminan convirtiéndose en leyendas políticas.

¿Pueden imaginarse las famosas fiestas privadas que solía hacer John F. Kennedy con sus amigas en la piscina de la Casa Blanca? Claro, los tiempos también cambian, así como la reacción de la gente respecto a dichos comportamientos, posiblemente más aceptados en la década de los sesenta de lo que podrían ser en los tiempos actuales.

Volviendo a la noticia del medio digital español, me parece inconsistente su versión, no porque la salida nocturna del presidente no se haya dado, sino por los ribetes de escándalo que dicho medio ha querido revestir a la noticia. Finalmente, ¿es de incumbencia nacional que el presidente haya querido salir de farra? (O)