Esos son el sitio y la hora en que se encuentra el aire más puro en la capital. La temperatura suele estar entre los 7 y los 11 grados Celsius. La vejez me hace ahora madrugar para tener algo de actividad física; y como mi sociopatía no me permite afiliarme a tribu urbana alguna, he escogido andar en bicicleta solo. Hago como los antiguos peripatéticos, que aprovechaban el movimiento para ordenar sus ideas.

Camino al parque se puede ver cómo la ciudad se despierta. La 6 de Diciembre se llena de ciclistas y trotadores que comienzan su día; junto con personas que madrugan para comenzar temprano su jornada de trabajo. Los deportistas tienden a tomarse el espacio de la Ecovía, que para esa hora tiene muy pocas unidades en funcionamiento. Su carril exclusivo permite evitar los vehículos particulares de los otros carriles y también evita la posibilidad de un asalto que pudiera darse en las veredas.

Es sorprendente la territorialidad establecida entre los indigentes. Cada uno ya tiene un espacio para dormir, casi de manera permanente. Uno descansa junto a un hotel de tres estrellas. Sus pertenencias le hacen ocupar el mismo espacio que una habitación. Siempre tiene una botella –en la mayoría de las ocasiones, de vino– en la mano mientras duerme.

Los runners más extravagantes comparten las veredas con algunos indigentes que también hacen algo de ejercicio...

A esas horas, el parque la Carolina es ecosistema humano muy interesante. Los runners más extravagantes comparten las veredas con algunos indigentes que también hacen algo de ejercicio, luego de despertarse. Ver el contraste entre las vestimentas de los unos y los otros llama la atención, casi tanto como su coexistencia. Se calcula que hay unas cincuenta personas viviendo dentro de la Carolina. Muchos duermen donde están los juegos infantiles. Algunos se trepan a los árboles para dormir o para emboscar personas y asaltarlas.

Hay un grupo de señoras que trabaja en el mercado de Iñaquito, que también le dan un par de vueltas al parque, con la misma vestimenta con la que van a atender después al mercado, más algún saco extra para aguantar mejor el frío.

A medida que la luz del Sol asoma, las personas dejan las veredas externas y van adentrándose a los senderos interiores del parque. Ahí es cuando asoman otro tipo de deportistas, los pasivos. Personas de mayor edad que quieren solo caminar. Se ven parejas que delatan llevar juntos por décadas de amor y de aguante. También se ven parejas de amigos o amigas, cuyo propósito es ejercitar más la lengua que los pies. También asoman los perros que sacan a pasear a sus humanos amaestrados. En alguna ocasión, por evitar atropellar a uno, me estrellé contra un árbol y me caí de lado. Parecía que el perro me pedía disculpas con la mirada; su humana, ya avanzada en años, ni siquiera se inmutó.

Finalmente, aparecen los personajes que completan este paisaje, antes que lleguen los no tan madrugadores: las señoras que le venden el desayuno a los que dan mantenimiento al parque; el fulano que tras caminar cuatro vueltas se fuma un cigarrillo durante la quinta; y la pareja que camina usando sombrero y gabardina, como si pretendieran llegar a Londres a pie.

Después de ellos llegan los oficinistas, los buses y su esmog. Es entonces la hora de regresar a casa. (O)