Una de las leyendas tradicionales del Quito antiguo es la del sacerdote franciscano don Manuel de Almeida.

Según la historia, el “padrecito” se escapaba por las noches de sus aposentos para beber un trago de aguardiente en las frías calles de Quito.

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Y para realizar tal faena, se encaramaba encima de una estatua de Jesús de tamaño natural, en lo alto de una torre, para luego saltar a la calle.

Cuenta la leyenda que un día, mientras el padre Almeida se posó encima del brazo de Jesucristo, rumbo al anhelado aguardiente, escuchó una voz que le decía: “¿Hasta cuándo me harás esto, padre Almeida?”; y él le contestó: “Hasta cuando vuelva a tener ganas de otro trago de aguardiente”.

Evidentemente, él creyó que la voz era producto de su imaginación.

¿Hasta cuándo el despilfarro en ministerios e instituciones públicas innecesarias, en pagar una burocracia inflada...?

A la salida de la cantina, en estado de embriaguez, el padre Almeida tropezó con unas personas que llevaban un féretro camino al cementerio. Tras el tropiezo, el féretro cayó al piso y su tapa se rompió. Entonces pudo ver que el muerto era él. El terror que ello le causó mató su embriaguez al acto, y tan pronto volvió a la iglesia, juró no volver a beber.

Desde entonces, vecinos y feligreses han afirmado que el rostro de la estatua de Jesucristo cambió y hasta hoy luce sonriente, según ellos, por la satisfacción de haber enderezado el camino de una de sus “ovejas”.

He querido citar esta simpática leyenda, que da título a mi columna de hoy, para hacer referencia a esta expresión que usamos coloquialmente cuando queremos expresar nuestra molestia por algo que no debería ocurrir, pero sigue ocurriendo.

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¿Hasta cuándo, padre Almeida?

¿Hasta cuándo vamos a seguir subiendo impuesto para cubrir el déficit heredado del Gobierno anterior, sin tomar los correctivos necesarios a las cuentas fiscales, que son precisamente las que generan dicha distorsión?

¿Hasta cuándo el despilfarro en ministerios e instituciones públicas innecesarias, en pagar una burocracia inflada, que eficientemente puede cumplir sus funciones con mucho menos personal que el que actualmente pagamos todos los ecuatorianos?

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¿Hasta cuándo el subsidio al gas y los combustibles a quienes bien pueden pagar el costo real?

¿Hasta cuándo, padre Almeida? ¿Hasta cuándo?

No cabe duda de que el Gobierno necesita ingresos para continuar el combate a la delincuencia, que de manera eficiente y con mucha valentía y liderazgo ha asumido en las últimas semanas y que ya comienza a dar sus frutos. Ingresos extraordinarios y temporales.

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Tampoco cabe duda de que necesitamos ingresos adicionales para cubrir el déficit recibido de quienes juraron estar poniendo “las cuentas en orden” y que nos dejaban un “mejor país”.

Pero todo ingreso adicional que con mucho esfuerzo los ecuatorianos entreguemos al Gobierno acabará en el hoyo negro de la ineficiencia y el despilfarro si no se realizan los ajustes necesarios para corregir las deficiencias antes indicadas.

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Desde esta columna respaldamos la valiosa gestión que llevan adelante el Gobierno, la Asamblea Nacional y las fuerzas del orden, pero les recordamos que esta vez, de verdad, hay que poner la casa en orden. (O)