Por la ventana se ve el amanecer, hoy con un eco sordo. La memoria replica una y otra vez el sonido de esos disparos.

El miércoles fue asesinado Fernando Villavicencio, periodista y activista, candidato a la presidencia del Ecuador.

En las redes sociales se reclama por justicia y mano dura, con rabia y cierta resignación.

En días anteriores he visto a los candidatos referirse sobre la ola de violencia e inseguridad que vivimos y me ha asombrado con qué tranquilidad y seguridad dicen todos tener la solución para aplicarla en un año y medio. Después de tantas elecciones, pareciera que no queda más que esas promesas disfrazadas de un poco de esperanza. Siento que somos un país que se acostumbró a sobrevivir de promesas, en un círculo vicioso de propuestas de cambio, donde finalmente las cosas nunca cambian, porque no cambiamos nosotros.

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Sin ideologías, organizaciones o partidos políticos con estructuras sólidas y claras, es muy difícil sostener una continuidad con un proyecto de país a largo plazo. Entonces, en cada elección aparecen sujetos que buscan el poder con la camiseta que mejor les quede y un saco de promesas cortoplacistas y campañables.

El Ecuador no va a cambiar así, va a cambiar cuando cambie la cultura de las personas.

Días atrás se difundió el video de un político amenazando de muerte a unas personas, con frases cargadas de una violencia descomunal, y luego salió el mismo personaje exponiendo sus disculpas diciendo: “actué como cualquier hijo al que le están haciendo daño a sus padres”, eso es cultura. Creer que todos somos así.

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También es cultura que luego de ese video no haya pasado nada, y se normalicen estos actos.

La cultura tiene que ver con la manera de pensar y actuar, con definir valores compartidos que nos permitan construir una sociedad mejor. Ponernos de acuerdo en qué tipo de país queremos y comprometernos para trabajar por eso. Pero un discurso así es muy poco sexy para una campaña electoral.

La cultura tiene que ver con la manera de pensar y actuar, con definir valores compartidos que nos permitan construir...

Funciona mejor el borrón y cuenta nueva. El mesías que viene a revelarse como salvador en este país que ha demostrado ser ingobernable, porque nunca hay acuerdos, porque priman los intereses particulares.

Entonces, solo queda investigar y denunciar, como la hacía Villavicencio, con otro tipo de esperanza.

Ayer fue asesinado ese Fernando. Recuerdo que un día me contaba que, con apenas 10 años, tuvo que migrar a la ciudad por la crisis rural de finales de los años 60 y combinar los estudios con trabajos en restaurantes, mecánicas y mensajería, su escape fue la poesía, especialmente los poetas tristes, y entre estos, el salvadoreño Roque Dalton. Poeta y activista que coincidentemente fue asesinado por pensar distinto.

Hoy, en este amanecer mudo, dejo aquí, en memoria de Fernando, unos versos del poema de Dalton, Hora de la ceniza: “Cuando yo muera, sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable, mi bandera sin derecho a cansarse, la concreta verdad que repartí desde el fuego, el puño que hice unánime con el clamor de piedra que exigió la esperanza”. (O)