Cuando está en el tablado del Patio de Comedias de Quito, Elena Torres es Cleta, una de las Marujitas, personajes creados por Luis Miguel Campos (también autor de la comedia de teatro, televisión y cine Las Zuquillo).

Cleta fue pensada para representar a Quito. Ninguna de las Marujitas, por cierto, se llama Maruja. Las dos restantes son Abrilia (Cuenca, interpretada por Juana Guarderas) y Encarna (Manabí, la actriz Martha Ormaza, fallecida en 2018).

Marujita, en realidad, era la amiga de ellas que solo existía fuera del escenario, la que murió con leucemia, dando así título a la famosa obra original (escrita en 1986). Y el nombre original de su personaje en ese guion, puntualiza Torres, era Sara.

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Los proyectos de Elena, que va hacia su quinta década en la actuación, ahora son muy escogidos. “La edad, mi condición física, bla-bla-bla”, dice riendo a este Diario desde su casa, en Quito. “Tengo otras cosas en las que estoy metida, más allá del teatro. Con Juana (Guarderas) terminamos de hacer Las Marujas navideñas, y estábamos armando un guion para una presentación para finales de este mes. Pero ahora… no se sabe”, dice, aludiendo a la incertidumbre social de los últimos meses.

Tiene 67 años, que considera “bastantes, ¡muchos!”. Empezó a estudiar Teatro en 1977. Curioso para alguien que no había pensado en hacer una carrera en el teatro, sino que había entrado a Economía (“Me gusta este cuento de los números, pero lo ‘macro’ no iba conmigo”); luego aplicó para Arquitectura; y, mientras esperaba, hizo un semestre de Sociología. Al final, la Arquitectura no fue posible y entró a trabajar en diseño gráfico.

“Un día abrí un periódico y vi las inscripciones en la Escuela de Teatro (de la Facultad de Arte de la Universidad Central del Ecuador). Algo me empujó y allá fui. En el 78 tuve mi primera presentación, y desde ahí ha sido un continuo”, rememora Torres, que fue convocada por la directora y profesora María Escudero, fundadora de la agrupación argentina Libre Teatro Libre.

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Con las Marujitas ha recorrido el Ecuador y también ha ido hasta Madrid. Foto: Carlos Granja Medranda

“(Escudero) llamó a algunos jóvenes a integrarse en un proyecto que se llamó A la diestra de Dios Padre (1979), y luego nos propuso formar un grupo llamado Saltamontes”. Y realmente saltaban, recuerda, porque se convirtieron en especialistas en teatro ambulante. “No parábamos; íbamos de un lado a otro llevando obras infantiles, por las ciudades, los pueblitos, las escuelas”.

Y antes de que hablemos de su conexión con las Marujas, hay que mencionar sus proyectos en televisión, que empezaron en 1983 con la serie Los títeres, de Canal 13 de Chile (37 capítulos filmados entre ese país y Ecuador). También participó en el cortometraje La muerte llega mañana (1985), la película La casa de Bernarda Alba (1987), Fiebre de amor, Dejémonos de vainas, El chulla Romero y Flores, El milagro de las cuevas, Sé que vienen a matarme, Las Marujas y Secretos, todos estos con Ecuavisa.

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Su aleación con las Marujas: 33 años de brujerías

En 1986 la invitaron del Patio de Comedias a dirigir una obra y a dar talleres. Pero entonces nació su hijo, y decidió hacer una pausa. “Estuve un poco recluida; me desvinculé”. Lo siguiente fueron las Marujas.

“Juana me llamó y en ese momento le dije que no. Estaba con mi hijo muy chiquito y quería estar un rato más con él”. Pero sí fue al estreno de la adaptación que hizo el director Guido Navarro, estrenada en el Patio en 1990, La Marujita se ha muerto con leucemia.

“Me encantó. Entré al camerino y el Guido Navarro me dijo: ‘Elena, ya no puedes decir que no. Te toca’”. Fue difícil, cuenta, porque las otras actrices habían hecho ya un proceso en las técnicas del bufón y el clown. “Yo tuve que agarrarlo al paso”. Por suerte, tuvieron por mucho tiempo la guía de Navarro. “Era de lunes a lunes”.

Han sido 33 años, y la forma en que resume este viaje Elena Torres es muy quiteña. “Es locazo”, afirma, sonriente. “Son seres vivos. Mucha gente nos ha dicho: ‘Pero cómo, ¿siguen en eso?, ¿no se han cansado?’. Y no, porque es una escuela de actuación y de conocimiento; más allá de actuar, es entrar en la psiquis del personaje”.

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Juana Guarderas (i), Martha Ormaza y Elena Torres, intérpretes durante décadas de Las Marujitas.

¿Cómo es la relación entre Cleta y Elena? “Mi hijo (es chef) sabe decir: ‘Mamá, cuando estás en temporada, la distancia que hay entre la Cleta y vos es muy poquita”, comparte, muy divertida. “Encuentras otras cosas de ti mismo, porque ese es el teatro. Y el público te alimenta o te hace ver qué más falta. ‘¿Qué tienes para el personaje, para nosotros, para la obra?’. Es un continuo crecer y transformar”.

Torres reconoce que los espectadores de las Marujitas tienen expectativas muy altas, sean seguidores fieles o primerizos. “Siempre hay esa entrada a escena que es un vértigo. Puedes tener el personaje superhecho, saber todo, haber hecho calentamiento, y el momento en que entras, ese encuentro con el público puede cambiarte todo, y ser una cosa bellísima o puede ser también un ‘¿Aquí qué está pasando?’.

Las Marujas son un espectáculo abierto, sin una cuarta pared. “Vas metiendo al público o lo vas distanciando. Es un juego muy bello. Es maravilloso cómo el público recibe lo que le das; no todos, pero lo toman de una manera maravillosa. Recién una señora con un proceso oncológico contundente entró y nos abrazó: ‘Hace tiempo que no me reía tanto’”. Y así mismo, opina, no todo actor o actriz hace esa entrega.

El desarrollo de la creatividad, la propuesta del teatro

Una parte importante del trabajo de Torres han sido los talleres de teatro. Recuerda en especial un proyecto hecho en la provincia de Bolívar, con niños de cuarto, quinto y sexto grado, llamado “El desarrollo de la creatividad”, que comprendía expresión corporal, danza y artes plásticas. “Estos niños y niñas iban encontrándose consigo mismos, que es la belleza del arte, y eso te va abriendo un espectro muchísimo más grande. Te encuentras con tus sentimientos, con tus sensaciones, con tus habilidades”.

¿Es cansado llevar un personaje durante 33 años? No, dice Elena, porque siempre hay algo por descubrir en la mente del personaje. Foto: Carlos Granja Medranda

Una de sus convicciones es que encontrarse con el arte, y no solo como espectador, es tan importante que debería ser parte del currículo educativo. “El teatro es una de las artes que tienen todo, porque comienza con la literatura, la dramaturgia, y luego tienes el color y la forma, las luces y la música; y todo el tiempo tienes que estar estudiando, porque cada obra es un encuentro intenso con la psicología, con la historia, con la ciencia”.

“Mucho más ahora, cuando los adolescentes están perdidos (porque la adolescencia es entrar en ese mundo donde ya no eres lo que eras); cuando vivimos toda esta violencia, toda esta locura”. ¿Qué habría pasado, se pregunta, si hubiesen recibido otras opciones de generación de recursos, de encuentros comunitarios? “Cómo me enfrento a mí mismo y cómo me enfrento al mundo es distinto cuando se despierta el arte, la creatividad”. (E)