Confieso que soy una lectora tardía de Stephen King. Vi muchas de las películas inspiradas en sus novelas, pero recién consumo los libros y estoy sorprendida de cuánto dominio del arte de narrar contienen. Que buen número hayan sido bestsellers, que a sus 75 años cuente con 66 novelas, varias colecciones de cuentos, guiones y ensayos y una fortuna de 600 millones de dólares, muestra cómo la literatura es una carrera de “triunfadores” en los Estados Unidos. Y no siempre estos fenómenos se juzgan con seriedad. Pueden evidenciar las incoherencias de un mundo que enfila deportistas, estrellas de cine, rockeros y escritores como si todos juntos emergieran del mismo pozo.

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Desde la publicación de Carrie (1974), que fue un éxito total, no ha parado de concebir las historias que desestabilizan la serenidad del receptor y la van aniquilando a costa de sorpresas en las que el sufrimiento y la muerte son ataques inevitables. Todos tenemos en la memoria la imagen de la adolescente vestida de blanco bañada en sangre de cerdo, como broma de sus compañeros, la noche del baile de graduación. Y el estallido telequinético con que cobra venganza. Sissy Spacek estuvo nominada al Óscar por esa actuación.

Desde entonces, las incursiones de King en los aconteceres misteriosos, crueles e infames se han multiplicado, bajo el uso de una imparable creatividad que lo ha llevado a abundar en hechos que yo llamo de “terror humano”, exploradores de la maldad y del desquiciamiento mental. Bien vale preguntarse si la capacidad suprema de destrucción no proviene de psiquis enfermas -¿dónde quedarían los líderes políticos, los grandes guerreros que no vacilaron en atroces ataques a la humanidad?-. O acaso la voluntad de hacer daño es cuestión de grados: a la naturaleza, a los animales, a otros como nosotros. De esto hay mucho en King: que un granjero consiga la colaboración del hijo púber para matar a su esposa por heredar unas tierras, se da, con escaso conflicto.

Desde Carrie... no ha parado de concebir las historias que desestabilizan la serenidad del receptor.

El “terror sobrenatural” es un bastión poderoso: movilizar fantasmas, residencias con hálito propio, perros que emergen de las sombras, cadáveres que se levantan son decisiones que tienen bases legendarias y ganan acomodos contemporáneos. It (Eso) escarba en las razones por las cuales los niños de un pueblo son mutilados o desaparecen, sugiriendo que “algo” extraño está detrás de esos problemas.

Solo hace pocos años, Stephen King eligió el territorio policíaco. Su héroe es un inspector de policía retirado, que no puede frenar su vocación y sigue activo detrás de un asesino que atropella con un Mercedes Benz a gente indefensa. Siguiendo la trilogía que escribió para darle vuelo a ese inspector, veo su técnica para crear personajes (jamás está hecho en las primeras páginas, sino que lo va construyendo en la medida en que avanza la historia), su estilo directo, coloquial para que el lector no se detenga en la prosa, sino que avance tirado por el argumento, siempre avasallador. Muchas novelas se engranan con breves núcleos literarios –personajes que quieren ser escritores, que son lectores apasionados, que hacen talleres en una universidad– y hasta homenajea a muchos de sus colegas mencionando sus obras.

Se ha nombrado a King en las quinielas del Premio Nobel. Quien piense que es un autor solo comercial, se equivoca. (O)