En el mundo natural nada se desperdicia. En la naturaleza no existe un “afuera” para tirar las cosas, todo tiene que ir a alguna parte. Este principio lo planteó Commoner en 1974, sin embargo, las leyes naturales están desde que el hombre es hombre. Las civilizaciones antiguas tenían un profundo conocimiento de los ciclos naturales, sus leyes, los fenómenos climáticos y la renovabilidad o sostenibilidad de los ecosistemas.

Los campos como la ecología, el derecho, la economía, la filosofía y en general el estudio de la naturaleza humana eran la base de aquellas grandes civilizaciones. En este sentido, la búsqueda del bien común era el objetivo y la razón de existir de estas disciplinas. El ser humano y su entorno era visto como un todo, y se tenía una visión holística de estas disciplinas. Hoy en día esto ha cambiado hacia una visión más especializada. Aunque no hay nada ‘malo’ al respecto, el enfocarse en las pequeñas partes puede hacer que se vuelva difícil observar el panorama amplio.

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Alrededor del siglo XVIII la visión del ser humano en armonía con su entorno cambia, según historiadores, a causa del desarrollo y tecnificación de la agricultura y la revolución industrial. La mentalidad utilitaria del hombre ‘moderno’ crea que ese respeto y humildad hacia la naturaleza sea reemplazado por la apropiación de recursos naturales como herramientas para crear dinero. De aquí surge ese antropocentrismo, que no permite ver más allá de nuestro ombligo y que expertos han denominado la era del Antropoceno. Este desequilibrio antinatural no solo existe en la mentalidad colectiva del hombre, sino también está reflejado en la naturaleza. Vivimos crisis climáticas, sequías e inundaciones, temperaturas extremas y demás fenómenos que, aunque son naturales, se han agravado y acelerado en los últimos años. Parece existir una mentalidad de escasez de recursos, la cual hace actuar al hombre fuera de su raciocinio y solo siembra violencia y egoísmo.

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Lo cierto es que sí somos parte de este desequilibrio natural y nuestro estilo de vida moderno sí influye mucho. Pero en lugar de desalentarnos, esto debería darnos esperanza, pues significa que nuestras acciones también pueden tener un impacto positivo. Alrededor del mundo hay lugares donde el respeto a la naturaleza ha devuelto el equilibrio y se ha alcanzado convivencia en armonía con lo natural. De mis ejemplos favoritos está el caso de Cabo Pulmo, México. Un ambiente sobreexplotado el cual sus propios habitantes pescadores decidieron cerrar a la pesca y proteger. Diez años más tarde la biomasa de peces había incrementado más de un 400 % y sus habitantes ahora se dedican al ecoturismo como principal fuente de trabajo y además gozan de una pesca controlada y sostenible para alimentarse.

No olvidemos que la naturaleza es sabia, es un sistema cerrado lleno de recursos alimentarios, utilitarios y demás, para ser aprovechados y respetados. Civilizaciones y pueblos antiguos lo tenían muy claro. Solo hay que observar cómo las distintas culturas rendían y rinden culto y festejo a los cambios de estaciones y fenómenos astrológicos. A nosotros solo nos hace falta recordarlo. (O)