Por Melissa Moreno
Era uno de los lugares más turísticos de Guayaquil. Ahí, antes de la pandemia, todo era fiesta, alegría, baile, música y más. Ahora, se encuentra desolado y con bares nocturnos de diversión cerrados con candados y cubiertos de polvo. Son las escalinatas Diego Noboa, con 444 escalones que llevan hasta la cima del cerro Santa Ana, donde decenas de centros de diversión se hallan cerrados debido a las restricciones de la pandemia del COVID-19.
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Sus propietarios, con preocupación, comentan que las escalinatas y los lugares de diversión están sin vida, ya que extrañan a los usuarios que los colmaban de voces y risas desde el 2002, cuando el Municipio inauguró la regeneración de las escalinatas, de sus valores turísticos y de las viviendas.
En la actualidad solo se escucha el canto de los grillos, ya no se observa a los visitantes locales y extranjeros recorriendo este lugar tan renombrado. En la parte alta, no obstante, sigue majestuoso el faro, con la capilla al frente y otros elementos. Sus ingresos han disminuido, casi han quedado en cero, y se les ha ocurrido vender algunos de sus implementos de los bares para poder subsistir.
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La afectación a los negocios ya lleva más de un año. Son al menos 26 locales registrados en todo el sector. Comenzó cuando se dictó el primer estado de excepción y toque de queda, en marzo del 2020, y lo poco que intentaron recuperar se fue abajo con el último estado de excepción que termina este jueves 20 de mayo de 2021. Decenas de personas dueñas de bares de diversión nocturnos, en vista de esta calamidad, han decidido innovarse para generar unas pocas ganancias y no caer económicamente.
Los dueños de los locales se sienten desesperados porque tuvieron que cerrar las puertas de sus locales dado que el público ya no recurre a estos lugares de diversión. Negocios con candados, pisos sucios, mesas y sillas arrinconadas, cervezas en sus jabas, neveras vacías es lo que se aprecia a cada lado de las escaleras que se dirigen a la cima del cerro Santa Ana.
En el escalón 124 se halla Mario Bolaños desempolvando las mesas y limpiando la cocina con profunda tristeza. Explica que antes de que se apoderara este virus mortal del país, su bar permanecía lleno de personas que consumían bebidas alcohólicas y comida.
En la actualidad, debido a la crisis sanitaria y por disposiciones del COE, lo innovó como restaurante que ofrece almuerzos en modo delivery. En las redes sociales ubica fotos de sus platillos especiales y promociones. Él dice que aun así no hay tantos clientes que consuman su oferta.
5.000 guayaquileños forman parte del programa municipal ‘Soy emprendedor’
Más arriba, en el escalón 256 se encuentra Brit Ponce, que a gritos llama a la poca gente que pasa para que deguste pizzas, hot dogs, cocteles. “Antes este establecimiento era un bar de diversión que lo teníamos abierto desde las 08:00 hasta las 04:00 del siguiente día. Hoy, por la condición sanitaria que estamos viviendo, tuvimos que innovarnos con piqueos y no solamente con bebidas alcohólicas”, manifiesta.
Los lunes y martes son los días que no tiene público, pero miércoles, jueves y viernes visitan de cinco a ocho personas para distraerse por las tardes, añade.
En los exteriores de las escalinatas se aprecian pancartas que ofrecen comida por medio de delivery.
Otros no se han dedicado a la comida sino a explotar el don de realizar cosas interesantes. Este es el caso de Omar Valverde, quien ordenaba las sillas de su bar de diversión de tres pisos que tuvo que cerrar. Hoy tiene su estudio fotográfico, donde se dedica a tomar fotos de danza y gastronomía bajo pedido. “Ser fotógrafo me va bien, pero no como antes que tenía mi bar y me iba fantástico”, explicó.
No solamente los bares se hallan afectados, también las tiendas en este lugar. Alexandra García tenía su tienda en casa y desde que vino la pandemia se vio obligada a cerrar su negocio. Ahora ofrece empanadas y bandejitas bajo pedido.
Asimismo, María Robles, de 70 años, tiene un local en su hogar pero nadie le compra, solo niños por los dulces. Debido a que no tiene presupuesto, se ayuda pagando la mercadería con su jubilación y la de su esposo. Incluso han realizado un préstamo.
Este Diario consultó con el Municipio si existe algún plan para apoyar a los dueños de locales y a los residentes del cerro, que pese a todo sigue siendo el ícono turístico. Pero ahora está casi desierto.
“El cerro está muerto”, expresó un turista argentino. (I)