Para Inés Palacios se convirtió en una actividad, que incluso la hace de forma automática en medio de reuniones familiares, el tomar su uniforme y botas apenas escucha un código de alerta del Cuerpos de Bomberos de Guayaquil, institución a la que pertenece desde el 2010.

El atuendo lo tiene a la mano, pues no sabe en qué momento se debe quitar la mochila de mamá y tomar la de bombero para atender alguna emergencia. En la última década ha trabajado para encontrar el equilibrio entre sus dos oficios: el de madre y el de personal de primera respuesta en situaciones de riesgo.

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Cuando su hija tenía 4 años le llegó la oportunidad de hacer el curso dentro del Cuerpo de Bomberos. En ese tiempo, ella estaba en tercer año de Enfermería en la Universidad de Guayaquil. La carrera era demandante, pues tenía clases y la parte práctica.

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Sin embargo, al ver que varios de sus compañeros se lanzaron a cursar la capacitación, ella decidió seguir sus pasos.

Inés dice que también siguió a su corazón, ya que desde joven le gustó ayudar y aplicar primeros auxilios. Por ello vio en los Bomberos su oportunidad para ejercer lo que siempre hizo de forma empírica y que ahora estaba aprendiendo en las aulas universitarias.

El camino para convertirse en bombero no fue fácil. Tenía que dividir las 24 horas de su día entre la formación que recibía en la institución, sus clases de licenciatura y su rol de madre.

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Al inicio ingresó a los Bomberos sin decirle a su familia. Su círculo temía que asuma esta labor por el riesgo que hay en cada emergencia. “Tenía a mi nena de 4 años en ese tiempo, a mi familia no le agradaba, pero ellos sabían que si se me negaba la oportunidad, con más fuerza lo iba a hacer”, cuenta.

Uno de sus hermanos fue quien la apoyó desde el inicio y la alentó para que no desista. El trabajo de parto de una hermana derivó en que revele a su familia que formaba parte de los Bomberos. Se convirtió en bombera estructural e inició en el Cuartel 1, ubicado en la av. de las Américas.

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El sacrificio que le significó escalar dentro de la institución y culminar sus estudios universitarios lo compensó con la familia que encontró en la carrera bomberil. Después de un par de años de separar sus dos pasiones, logró fusionarlas.

“Ahí se encuentra una familia que si tú te das por vencido, ellos están atrás corriéndote que vamos, sigue, que tú puedes”, relata.

Palacios forma parte de la Fuerza de Tarea del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. Foto: José Beltrán

Con una década dentro de la institución forma parte de la División Especializada de Ambulancias y la Fuerza de Tarea. También es instructora de primeros auxilios en la academia de Bomberos de Guayaquil Crnl. Gabriel Gómez Sánchez.

Labora también en el Ministerio de Salud Pública, en el distrito 4.

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El ser una mamá que es bombera y enfermera a la vez la ha llevado a tener cierto instinto maternal cuando se trata de casos en los que involucran niños y jóvenes. Inés dice que atender una emergencia que tiene que ver con este grupo vulnerable la transporta a casa y a pensar en sus dos hijos: Fernanda, de 19 años, y Alejandro, de 4.

Recuerda que alguna vez, en sus inicios, formó parte del equipo de atención a un siniestro de tránsito en el que dos personas fallecieron. Allí, un joven llegó preguntando por sus padres y al saber que eran las víctimas del siniestro, se quebró.

En sus años como enfermera y parte de los Bomberos ha tratado con niños quemados o jóvenes huérfanos de siniestros de tránsito. “El escuchar su llanto y desesperación activa ese ‘chip’ de mamá, de persona protectora”, relata.

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Al ser una mamá bombera se ha perdido de eventos importantes en la escuela de sus hijos o reuniones familiares. Su soporte es su esposo, quien también forma parte de la institución y le inyecta la energía para continuar con sus roles fuertes tanto en el hogar como fuera de el.

Ahora, su hija mayor comprende lo que engloba el oficio ya que se inclinó también hacia el voluntariado. “Se sembró en ella y dio resultados, creció y ahora ella también es bombera”, dice Inés, con orgullo.

Palacios no ve cercano dejar al Cuerpo de Bomberos y a renunciar a la adrenalina que supone su trabajo. “El voluntario no necesita que le digan: cumpliste una edad y ya no lo puedes hacer. El voluntario está siempre pendiente y con los años se logra entender que en todo momento se hace voluntariado, en todo momento se ayuda”.

Por ello, dice, que así sea que no esté con su uniforme y esté en una situación de emergencia, ella continuará sacando su lado materno y profesional para decirle a la persona: Tranquilo, te estoy escuchando y estás a salvo. (I)