Tendría unos 22 años cuando Andrea Olmos decidió valerse por sí misma y empezar a buscar las alternativas para subsistir junto a su primer hijo. Esto sabía que iba a ser un reto para ella, ya que tenía ciertas limitaciones al ser no vidente.

Sin embargo, eso no la desanimó y empezó a tocar puertas en diferentes empresas de su natal Quito. Hasta esa edad no había trabajado ya que se dedicó al 100 % a cuidar de sus dos hijos.

Durante ese proceso de búsqueda también se lanzó a cantar para generar ingresos mientras conseguía un trabajo estable, esta es una de sus principales pasiones que mantiene hasta sus 36 años.

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Olmos nació con atrofia del nervio óptico. Con el tiempo su pupila dejó de reaccionar ante la luz y, finalmente, perdió totalmente la capacidad de ver con claridad. Por ello toda su vida estuvo rodeada de personas que la guiaban hasta pudo ser independiente junto a su bastón.

Vecinas y amigas le ayudan en las tareas escolares de sus hijos, ellas se convirtieron en su “bastón más fuerte”. “Yo trataba de ingeniármelas para poderle ayudar a mi hijo mayor porque sí, es un poco difícil, sobre todo en la tarea, en la escritura, pero todo eso lo pude hacer”, relata.

Su juventud la vivió en el sector de Chimbacalle, en Quito, pero hace dos años decidió asentarse en Guayaquil, en donde una tía le ofreció vivienda. Buscó llegar al Puerto Principal para operar a su hijo que tenía pie equino.

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El menor, de 14 años, es su segundo hijo y tiene discapacidad intelectual y visual derivada de una presunta negligencia médica. Al momento de dar a luz, Andrea rompió fuente y aunque debería haber alumbrado en ese momento, un doctor la envió a casa.

“Mi hijo se había estado ahogando y eso tuvo repercusiones”, dijo Olmos. Su otro hijo tiene 19 años, todos viven con ella en el sector de Bastión Popular.

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Andrea suele salir junto a un amigo a cantar los fines de semana. Foto: José Beltrán

Aunque tiene un trabajo estable, ella destina algunos fines de semana a la música. Esto, además, le permite tener un ingreso extra para mantenerse en Guayaquil. Sale junto a un amigo y su parlante, micrófono y bastón, a veces la acompaña su hijo menor. Se moviliza en Metrovía o en bus a todo lado.

En la música, Andrea ha encontrado su “lugar seguro”. Ella dice que al cantar se borran las discapacidades, las limitantes, ya que la música es solo eso, música. No pudo acceder durante su juventud a estudios en un conservatorio por la falta de dinero, pero encontró la manera de aprender.

Mucho antes de lanzarse a cantar, las canciones se las aprendía a medida que las repetía en su parlante, teléfono o grabadora. Con la práctica pasó a memorizar las letras que, más adelante, empezó a entornar en espacios pequeños o en calles céntricas como el bulevar 9 de Octubre.

“Me pasa mucho de que la gente no sabe que yo soy no vidente. Me felicitan por las canciones y por lo que me esfuerzo y cuando yo les digo que soy no vidente, ahí se sorprenden un poquito”, cuenta.

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Como mujer, Andrea ha vivido de cerca la discriminación, incluso dentro un grupo de personas con su misma condición. Para ella, las mujeres ciegas tienen el camino más difícil, pero no imposible, para conseguir un empleo estable y encontrar un espacio en la sociedad.

Pese a este escenario, Olmos no se rinde y trabaja para dejar su huella entre las personas que la conocen. Sus amigos la catalogan de valiente y esforzada.

En las calles, cuando suele salir, las baladas y las cumbias que entona la llenan de energía para seguir trabajando fuerte y así dar un ejemplo a sus hijos, sobre todo al más pequeño.

“Yo voy a seguir trabajando, a seguir esforzándome porque las mujeres todo lo podemos, aun cuando la ayuda falte. También espero que cada vez haya más espacios amigables y sensibilización hacia los no videntes”, dice Andrea.

Ella manifiesta que una de las limitantes que persisten en ciudades grandes como Guayaquil y Quito es la falta de áreas adecuadas para las personas con discapacidad. (I)