No importa si el día está muy soleado, si hay más humedad o sombra. Ellos aprovechan los semáforos en rojo y el tráfico para vocear sus productos: “agua, agua”, “lleve sus jugos naturales”, “humitas, humitas”, “empanadas, sánduches”, “papel higiénico, pastas (dentales)”... se escucha en las calles más transitadas de Guayaquil. Otro grupo anuncia sus ofertas con letreros: “bolones, empanadas”, “se vende afilador de cuchillos”. Y otro minoritario solo alza y exhibe sus artículos.

Se los ve a todas horas, incluso en las madrugadas, y en este mes festivo su presencia aumenta en las calles. Hay más vendedores informales, limpiavidrios y artistas callejeros, dicen quienes tienen más tiempo laborando en las vías públicas.

La falta de empleo formal y la necesidad de mantener económicamente a sus familias los lleva a las calles, cuentan.

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“El que tiene buen corazón te apoya y el que es malo te tira el carro, sin darse cuenta de que todos necesitamos en esta vida. Saben cómo está el país, no hay trabajo. Soy padre de familia, mis hijos piden comida. Robar no puedo porque es un delito, tengo que dedicarme a limpiar vidrios para llevar el pan a la casa (...). A veces me dicen: ‘aléjate de mi carro, mugroso’”, cuenta Ronny Mina, de 27 años.

Él es uno de los más de 30 informales que desarrollan su actividad en un tramo de la av. de las Américas e Isidro Ayora, en el norte. Prefiere el carril que está en sentido norte-centro. Otro grupo, en cambio, ocupa el espacio de la Isidro Ayora.

Mina dice que son unos 15 limpiavidrios solo en su tramo y que aumentan por las fiestas navideñas y porque sus familias anhelan comprar un juguete, comida y ropa. Comenta que ha dejado su hoja de vida en decenas de lugares, pero que jamás lo han llamado. Por eso lleva diez años en esta actividad, con la que mantiene a sus cuatro hijos, de 10, 7, 6 y 5 años.

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En días malos se hace, en diez horas, unos $ 15. Ahora por la época extiende su horario, dos horas extras, agrega.

“Jugos de naranja, jugos, $ 1”, grita disfónico Carlos Ch., de 17 años, quien también recorre ese tramo en la av. de las Américas. Tras la separación de sus padres y luego de recuperarse de la adicción a la droga hache –a la que, según él, llegó cuando su papá abandonó el hogar–, se propuso ayudar a su mamá y a dos hermanos, de 15 y 3 años.

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“Hay días en que no se vende todo. Es difícil, bajo el sol, pero toca (...). Hay que pagar luz, comida, las cosas de la casa. Tengo mis hermanitos y quiero ser un ejemplo para ellos. Al chiquito le quiero comprar una volqueta (juguete) para Navidad y al más grande quisiera una bicicleta”, expone Carlos, quien suele gana unos $ 8 diarios (en 4 horas) por la venta de jugos en botella, que le compra a un proveedor.

Nathaly Molina, de 25 años, bachiller en Contabilidad, en cambio, es una de las vendedoras de bolones y sánduches que están en al menos seis lugares transitados de la ciudad. Ella y sus compañeras trabajan para una empresa de comida exprés y reciben los beneficios de ley, como su sueldo mensual.

Cuenta que trabaja de lunes a viernes, de 06:30 a 10:30 en su caso, que hace un año la contrataron y que con eso mantiene a su hijo de 8 años.

Con una gorra y blusa mangas largas para protegerse del sol, Tania Quiroz, de 36 años, apresuraba su paso, el jueves 14, entre los carros que estaban en el semáforo en rojo en la av. Carlos Luis Plaza Dañín, sector de la cdla. La FAE, en el norte. En segundos, logró vender dos botellas de jugos naturales.

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“Estoy reemplazando a mi esposo que trabaja aquí. Cuando le sale un cachuelo (trabajo de uno o dos días) yo vengo”, decía la mujer. Ella, su pareja y su hijo mayor, de 19 años, venden jugos en las calles porque tampoco encuentran trabajo.

En redondeles, avenidas y calles, como la 25 de Julio, Domingo Comín, Perimetral, Los Ríos, Tungurahua, av. del Bombero, entre otras, las historias se repiten. Hay bachilleres, universitarios, profesionales ecuatorianos y extranjeros, como venezolanos, que han encontrado un espacio de trabajo ante el desempleo. (I)

Me toca buscar productos que no tengan otros para poder vender y sobrevivir. No hay trabajo, cansado de buscar trabajo y nadie le da. Yo mantengo a mi esposa, cuatro hijos y suegra con cáncer.José Elizondo, vendedor