Tania Pardo realiza un trabajo en el que las emociones y la dedicación juegan un papel fundamental. Ella es la enfermera más antigua en el área de cuneros del Hospital Clínica Kennedy y por más de 20 años ha puesto todo su esfuerzo para salvar la vida de muchos bebés prematuros.

Ya ha perdido la cuenta de cuántos han estado a su cuidado, pero sí conserva en un tablero, en la estación de enfermería, en la Unidad de Cuidados Intensivos (USI), las fotos de varios niños que estuvieron al borde de la muerte, pero que se salvaron y que sus madres al salir de la clínica o tiempo después les dejaron junto con un mensaje de agradecimiento.

Labora desde hace 25 años en la Kennedy. Ingresó después de terminar la práctica rural. Tenía 25 años y era su primer trabajo.

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Recuerda que nunca quiso ser enfermera, sino médico veterinario porque su papá tenía una finca, pero fue él quien influyó mucho para que se decidiera por la enfermería, ya que a él le gustaba ese oficio y lo había ejercido como auxiliar por algún tiempo en el hospital Luis Vernaza.

Tras graduarse del bachillerato en su natal Arenillas, provincia de El Oro, se radicó en Guayaquil para estudiar. “Gracias a Dios cuando empecé a estudiar me gustó”, dice.

Los niños se encariñan con uno y uno con ellos. Cuando ya salen de USI y se van a casa, les decimos a los papitos que después los traigan a visitarnos y algunos sí vuelven”.Tania Pardo Criollo, Enfermera.

Tras trabajar por varias áreas de la clínica y estar algún tiempo en el área de cuneros, le pidió a su jefa de aquel entonces, que la dejara definitivamente ahí. “Lo hice porque sentía que esto era lo mío, que era lo que más me gustaba, estar con los niños”, cuenta con emoción.

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Su función consiste en no solo velar por los cuidados médicos del recién nacido, sino también bañarlos, cambiarles los pañales, darles la alimentación ya sea preparando el biberón o vigilando que la madre lo haga. También cantarles, hablarles y darles caricias para estimularlos, y hasta orar para que Dios haga un milagro cuando el cuadro es muy crítico.

A lo largo de su labor hay muchos casos que la han impactado mucho. “Ha habido niños que han estado tan graves que hasta ya les han tenido comprada la caja, porque el médico ha dicho que solo les quedaban minutos de vida, pero de pronto se han salvado. Eso nos ha llenado de fe y satisfacción”, cuenta Tania mientras sus ojos se vuelven más expresivos.

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Muestra las fotos que tiene en el tablero y comenta: “A Isabela, la de gorrito rosado, a ella le hicieron la cajita (para sepultarla cuando muriera), porque su caso era muy grave. Ella tenía un problema en el corazón. Su mamita preguntaba si la niña ya había muerto, pero finalmente se salvó. Era una niña prematura y se quedó aquí como unos dos meses”.

Estas experiencias conllevan un cúmulo de esfuerzo y sentimientos, porque se involucran sentimentalmente con los niños, especialmente con los prematuros que permanecen por varios meses a su cuidado.

Tania dice que se convierte temporalmente en la madre de esos niños y le da mucha tristeza cuando alguno se muere o cuando se van a sus casas, pero también siente alegría porque salieron adelante. Añade que aún no ha pensado en retirarse y quiere seguir en el área donde está, para vigilar por la vida de muchos niños más. (I)