Quiteño nacido el 12 de abril de 1844, monseñor Federico González Suárez ocupa un merecido lugar en la memoria patria, pero no queda exento del análisis de su actuación pública en los difíciles momentos que enfrentó como alto prelado de la Iglesia católica ecuatoriana, por ejemplo en 1910 ante el inminente enfrentamiento bélico con el Perú, y en enero de 1912 cuando ocurrió el asesinato del general Eloy Alfaro en la capital de la república.

González Suárez se graduó con honores tras vencer una niñez y juventud de pobreza y privaciones; fue profesor de los planteles de La Compañía de Jesús en varias ciudades. Actuó como catedrático universitario, diputado por Azuay, senador por Esmeraldas, obispo de Ibarra, arzobispo de Quito, académico de instituciones nacionales y extranjeras. Todo un personaje que da prestigio al pensamiento nacional y llama a ser emulado por su fecunda labor. De allí que sea uno de los maestros símbolo del Ecuador.

Murió en su urbe natal el 1 de diciembre de 1917 y dejó un legado cultural y patriótico que todavía no se conoce en la debida dimensión, al igual que su personalidad.

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Entre los libros legados por este historiador citamos: Estudio histórico de los Cañaris, Estudio biográfico y literario sobre Espejo, Historia General de la República, Estudios Literarios, Hermosura de la naturaleza y sentimiento estético de ella y Defensa de mi criterio histórico.

Uno de sus celebrados pensamientos es el de 1910, con gran aliento patriótico: “Si es necesario que el Ecuador desaparezca, que desaparezca; pero no enredado entre los hilos diplomáticos, sino en los campos del honor, al aire libre, con el alma al brazo”.