En medio de un sofocante calor, entre paredes de caña cuyas hendiduras refrescan a ratos el aula pequeña para 30 alumnos, Juana Panchana, de 63 años, revisa los textos que utilizarán sus 33 alumnos de la escuela Gran Colombia, ubicada en el bloque 11 de Bastión Popular.

Con su hablar pausado y sutil recuerda cómo la educación y sus métodos de enseñanza han cambiado en los 42 años que lleva en la docencia desde que estaba en su natal Santa Elena, donde empezó a los 21, como bachiller, a impartir sus conocimientos en los poblados cercanos, como Manglaralto, Olón, Montañita, Salinas, Atahualpa, entre otros.

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Entró a la carrera como profesora municipal por tres años; de ahí pasó al fisco y avanzó por toda la zona costera, según los cambios que hacían las autoridades de entonces, hasta llegar hace 18 años a Guayaquil.

Al inicio viajaba a diario desde esta ciudad hacia Santa Elena. Y hace unos doce años decidió radicarse en Guayaquil para evitar “esos trajines agotadores de un lado a otro, con carreteras malas y con todo lo que uno se expone al querer dar clases en donde sea, con tal de enseñar a los niños y jóvenes”, dijo la maestra, quien estudió a distancia la universidad, a partir del 2004, para obtener su título profesional y tener “mayores oportunidades y un sueldo mejorcito”.

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Sus años dedicados a la docencia no los cambia por nada, aunque la profesión no sea bien remunerada, agrega, pues primero está la educación.

“Si bien es cierto que ahora la educación ha cambiado y nos exigen más, que es para bien, también esperamos que el esfuerzo sea reflejado pronto (con el aumento del sueldo)”, añade la maestra, quien es una de las más antiguas de la escuela Gran Colombia, que hasta el año pasado funcionaba en el centro y que por exceso de planteles en ese sector fue reubicada en el noroeste. Ahí se demoraba cinco minutos en llegar al trabajo; ahora, más de 45. Por su edad espera jubilarse el próximo año con la esperanza de mejores salarios para vivir acorde con el medio.