Una vieja y alta palmera, de las cuatro que otrora destacaban en las esquinas de la manzana que ocupa el parque Chile, se alza por entre la vegetación circundante para saludarse con el sol y quizás comentarle sobre los cambios de los últimos tiempos en ese lugar y resto del vecindario.

Junto con el astro rey comentará sobre la desaparición de rostros conocidos, de antiguas pero amplias casas de madera y de aquel agitado ambiente que tornó popular a la plaza, especialmente cuando ahí se estacionaron las cooperativas de transporte interprovincial a Los Ríos y Manabí.

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Pero el parque Chile, que limitan las calles Capitán Nájera, Febres Cordero, Cacique Álvarez y  Noguchi, no solo fue el sitio donde convergieron compatriotas que iban o venían en viajes de placer o negocios, sino el espacio que desde mucho antes alimentó historias y anécdotas. 

Conocido en sus albores como la plaza Chile, fue un área sin pavimentar, preferida en especial los sábados y domingos por quienes practicaban el tradicional juego ecuatoriano de la ‘chaza’, mientras que el resto de la semana era casi exclusivo de los niños y jóvenes de la barriada.

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Allí la muchachada gozaba con los juegos de pelota, pepo y trulo, la avanzada y, por supuesto, el de cometas, que según algunos antiguos vecinos resultaban muy emocionantes por la manera de cómo los chicos construían y presentaban esos juguetes para realizar verdaderos combates.

La plaza logró fama como escenario cada 18 de septiembre de los festejos por el aniversario de la independencia de la hermana república de Chile, que incluían diversiones populares como los  concursos de ensacados, palo ensebado, retreta con la banda de los Carabineros; castillos y vaca loca, baile de gala, etcétera.

Las fiestas de la barriada del parque Chile eran esperadas y siempre tuvieron el apoyo de los priostes Víctor Elías Jácome y Gilberto Paredes, entre otros comerciantes colaboradores del sector, que por igual celebraban la fecha septembrina y el resto de acontecimientos patrios y religiosos.

Tras varias décadas de compartir su ambiente festivo sin restricciones de  espacio, pues los circos,  ruedas moscovitas y más negocios portadores de diversión familiar se acomodaban sin mayores problemas,  llegaron los cambios para el sector, y  la plaza fue delimitada y arborizada.

El domingo 24 de mayo de 1931 se cumplió la inauguración oficial del parque, con la asistencia del prefecto municipal Alberto Guerrero Martínez, autoridades, delegados diplomáticos, Aurelio Gómez, presidente del comité Pro-Vecinos del Barrio, y los invitados especiales.

Cuando las lanchas le cedieron el paso a los camiones, chivas y carros pullman de transportación intercantonal e interprovincial, el parque Chile se convirtió en la estación o base de aquellos que viajaban a Daule, Santa Lucía, Palestina, Vinces, Puebloviejo, Catarama, Ventanas, El Empalme, Quevedo, etcétera.

Viajeros y comerciantes aún recuerdan las cooperativas de transporte FIFA, C.I.A. y Manabí, que en los avisos por periódicos y radioemisoras indicaban como su estación el parque Chile, lleno la mayor parte del día de vendedores y gente que cruzaba aprisa con maletas y cartones.

Estampas conocidas de esa época fueron, entre otras, los comerciantes de aves de corral, que negociaban directamente con los portadores de la mercancía, es decir los campesinos llegados en los vehículos de transporte, y las numerosas ‘agencias de empleos’ que se instalaron en  las cercanías para atender a quienes pedían ‘domésticas’ venidas del agro.

Cuando se construyó la terminal terrestre Jaime Roldós Aguilera las cooperativas dejaron el parque Chile y sus alrededores,  por lo que estos perdieron  visitantes.

Los negocios igualmente mermaron su clientela y se cambiaron. Siguen allí como testimonio de románticos años algunos establecimientos que venden insumos agrícolas y productos veterinarios. Existe, además, una estación de buses de la línea 71.

Gratos, pues, los recuerdos  vigentes sobre el parque Chile, en cuyos predios más de una ocasión estuvieron los populares personajes Firpo, Pancha Loca y otros que ayudaron a convertirlo en una estampa inconfundible de la metrópoli.