| Fotos: Germán BaenaDesde hace unos diez años, el sombrero de paja toquilla ecuatoriano se luce en el Torneo de Roland Garros, célebre evento de tenis que se lleva a cabo desde mediados de mayo hasta comienzos de junio en París. Hasta el torneo 2007 únicamente se lo podía encontrar en la tienda oficial del estadio, que vende los productos exclusivos de esta marca. Sin embargo, este año nuestro sombrero ocupó un lugar de honor. La empresa guayaquileña Ecua-Andino, con sede en Francia y en otros países europeos, recibió un pedido de dos mil ejemplares, pues los responsables de Roland Garros deseaban agasajar a sus invitados de la Tribuna presidencial con un hermoso y fino obsequio. Igualmente, se engalanó la cabeza del personal de acogida con nuestro famoso producto.Por otra parte, algunos de los socios en la organización del torneo, como Fedex (Federal Express), la empresa estadounidense de fletes aéreos, y Clarins, la empresa francesa especializada en la concepción, fabricación y comercialización de productos cosméticos y perfumería de lujo, realizaron también importantes pedidos. Parte de su estrategia comercial consistía en regalar sendos sombreros a las personalidades presentes en sus cocteles.Símbolo de buen gusto es complementar el sombrero con una cinta negra. Durante este torneo, el toque personal de cada firma estaba dado por el color de la cinta. Paulatinamente la apelación ‘panamá’, con la que se denomina a los sombreros de paja toquilla ecuatoriano, está desapareciendo. Hoy en día, su procedencia no deja casi ningún resquicio de duda. ¡Son ecuatorianos! Siglo de esplendorUna foto tomada el 16 de noviembre de 1906 y publicada en la prensa internacional se considera el origen de la denominación errónea con la que en adelante se conocería al sombrero. Este malentendido se produjo porque en la mencionada foto el presidente estadounidense Theodore Roosevelt lucía un elegante sombrero de Montecristi mientras inspeccionaba las obras de construcción del canal interoceánico. La prensa no dudó en escribir que el presidente llevaba un típico ‘sombrero de Panamá’. A partir de ese momento, no solo se creó una ‘marca’, sino también una moda de alcance internacional. Las grandes empresas mundiales comenzaron a encargarse de su distribución. Una historia, quizás poco conocida, refiere que el general Eloy Alfaro financió gran parte de su revolución liberal gracias a la exportación de sombreros. Tras la independencia, Manuel Alfaro, padre del futuro presidente del Ecuador, se estableció en Montecristi y empezó a producirlos utilizando sus propias plantaciones y contratando tejedores experimentados. Su negocio prosperó y pronto comenzaron las exportaciones hacia Panamá, dado que este país se estaba convirtiendo en un decisivo centro para el comercio. Alfaro heredó el negocio familiar e invirtió la casi totalidad de su fortuna en las diferentes campañas que emprendió contra los regímenes dictatoriales. El siglo XX verá acrecentar su fama: En Turquía, las leyes de modernización del país, decretadas en 1925, prohibieron el fez (gorro tradicional) e impusieron la tradición del sombrero de paja toquilla. Si bien los años cuarenta fueron una época de gran producción, los sesenta vieron un declive en el uso del sombrero en general, y de los sombreros de palma en particular, como artículo de moda masculino. El presidente estadounidense John F. Kennedy había impuesto, en efecto, la costumbre de llevar la cabeza al descubierto. En 1985, la fundación inglesa Conran, cuyo objetivo es estimular los vínculos entre la industria y el diseño, seleccionó el ‘sombrero panamá’ entre los cien mejores diseños del mundo y lo presentó, en el marco de una exposición titulada Boilerhouse, en el museo londinense Victoria & Albert. Cabe recalcar que, el término ‘panamá’ ya no designa un lugar geográfico, sino un tipo de sombrero: el de ala ancha tejido con paja muy fina, que se fabrica en Jipijapa y en otras varias poblaciones ecuatorianas. Producto únicoLos sombreros originales, efectivamente, se confeccionan en Jipijapa, pero asimismo en Montecristi y en una zona cada vez más extensa del litoral ecuatoriano. Existen igualmente importantes centros de tejedores en las provincias de Azuay, Cañar y Loja, adonde se transporta la materia prima, una fibra resistente y flexible de una especie de palmera sin tronco. En la clasificación botánica que se hizo a la muerte del rey Carlos IV y su esposa María Luisa, la palma para tocas se la denominó Carludovica Palmata (contracción de Carolus y Ludovico) en honor a los monarcas. Se trata de un producto único, en la medida en que los artesanos tejen los sombreros totalmente a mano. Estos maestros tejedores trabajan durante las primeras horas de la mañana o al caer la tarde, y algunos solamente de noche, pues, según afirman, el calor ecuatorial menoscaba la flexibilidad de las fibras. La perfección depende de la finura y la regularidad del tejido, así como de la uniformidad del color, un inconfundible color blanco con tendencia al marfil. Una vez terminado, se lo somete a un proceso de lavado y blanqueado, y un "masaje" de características especiales le otorga flexibilidad, otro de sus atributos principales. Un sombrero de gran renombre, como el superfino de Montecristi, requiere un mínimo de seis meses de trabajo. Su precio en el mercado puede alcanzar los 3.000 dólares. Desde siempre, el Montecristi ha sido considerado el príncipe de los sombreros de paja toquilla. La calidad de cada superfino depende de la selección de la paja, la fineza de la trama, la uniformidad del tejido y la regularidad del reborde, que se mide por la cantidad de vueltas que lleva el fondo del sombrero. Esas vueltas se distinguen en el momento en que se lo pone al revés delante de una fuente de luz. El número, sinónimo de trama más o menos estrecha, constituye un indicador para juzgar la calidad. Son tan impermeables que puestos hacia arriba pueden mantener el agua como un vaso, y tan flexibles que se venden enrollados en una liviana caja de madera de balsa. Entre sus características, a menudo se omite señalar la más importante: su longevidad. Los años que pasan solo le añaden hermosura porque tiñen su tono natural de una ligera pátina color miel. En las artes y el espectáculoEn el primer plano de Terraza en Sainte-Adresse (1867), del célebre pintor impresionista Claude Monet, un hombre sentado lleva uno de nuestros sombreros. Por su parte, el pintor alemán Lovis Corinth, cuya obra se considera una síntesis exitosa entre el impresionismo y el expresionismo, realizó un cuadro que se titula Autorretrato con el sombrero panamá. Prestigiosos artistas de la pantalla grande también lo han inmortalizado: Marlon Brando interpretando el personaje de Don Vito Corleone en El Padrino; Michael Douglas en el papel del aventurero Jack Colton en Tras el corazón verde; Anthony Hopkins, como Hannibal Lecter, en la memorable escena final de El silencio de los inocentes, cuando corta la comunicación con la agente especial del FBI, Clarence Starling porque un viejo amigo lo espera para cenar. Los cinéfilos quizás puedan recordar a Dirk Bogarde en Muerte en Venecia, a Clark Gable, Humphey Bogart o algún gángster del cine negro estadounidense luciendo este accesorio. En el 2004, Cartier, la lujosa empresa francesa de joyas y relojes, celebró el centenario de la invención del reloj brazalete Santos -confeccionado para que el piloto brasileño Alberto Santos-Dumont pudiera mirar la hora sin soltar los mandos de su avión- con una fiesta, a la que asistieron numerosas personalidades. La empresa exportadora guayaquileña, en esta ocasión, entregó un pedido de 1.500 sombreros. Las fotos publicadas por las revistas especializadas en el mundo del espectáculo muestran, por ejemplo, a Mónica Belluci o a Miguel Bosé portando el obsequio que recibieron. Este año, durante el Torneo de Roland Garros distinguó de lejos a Jean Reno, uno de los pocos actores franceses que ha hecho carrera en Hollywood (Misión imposible, La Pantera rosa, El código Da Vinci). Por supuesto, llevaba puesto un sombrero ecuatoriano.