Y la puerta permaneció cerrada. Ricardo deseaba ingresar a una conocida discoteca de la ciudad junto con su pareja, pero las personas a cargo de la entrada le preguntaron si tenía reservación. Él respondió que no. “Sin reserva no puede ingresar” le dijeron.Ricardo protestó enérgicamente por la negativa, y tanta fue la conmoción que se originó en la entrada del establecimiento que muchos de los farreros que estaban adentro disfrutando de la noche, poco a poco comenzaron a salir como acto de solidaridad a este gay de 28 años que intentaba pasar una noche de baile en compañía de su pareja del mismo sexo.<strong>¿Somos prejuiciosos?</strong><br />— Estamos llenos.<br />— Es una fiesta privada.<br />— El consumo mínimo por persona es de 30 dólares.<br />— Hoy se requiere reservación para ingresar.Estas son algunas de las frases que utilizan los establecimientos de vida nocturna cuando aplican la conocida frase “Se reserva el derecho de admisión”, a menudo colocada al ingreso del lugar para anunciar que mantienen el poder para decidir si alguna persona no es bien recibida en su negocio.Esta es una práctica perfectamente legal, indica el abogado Miguel Figueroa, “porque esos negocios no son sitios públicos. Son locales privados que permiten el ingreso al público, lo cual es distinto, por ello pueden negarle la entrada a cualquier persona según el criterio que manejen”.Sin embargo, toda discriminación es rechazada por la Constitución, la cual indica que todos somos iguales ante la ley, agrega.“No es raro tener una doble moral. Suena bien hablar que somos abiertos y tolerantes, pero cuando una situación nos afecta de manera personal (por ejemplo que nuestra hija sea lesbiana o se case con un hombre de raza distinta) podemos ser prejuiciosos”, indica la psicóloga Cecilia Chávez.<strong>¿Quiénes no entran?</strong><br />El criterio es casi uniforme entre los administradores y propietarios de estos establecimientos. Eduardo Ruiz, empresario argentino que lleva seis años como dueño de discos y restaurantes en Guayaquil, maneja el derecho de admisión en respuesta a nuestra sociedad. “A las clases sociales no les gusta mezclarse. No desean estar juntos. Ni el rico con el pobre ni el pobre con el rico. Y si los juntamos sale perjudicado el negocio”, señala. Por ello al abrir un local lo primero que debe hacerse es decidir a qué público va dirigido: clase baja, media o alta.Ruiz antes administraba una disco para estratos populares, en los que no tenía mucho celo para el ingreso. Pero en el restaurante que hoy dirige, para clase alta y media alta, señala que observa medidores importantes en el tipo de personas que desean ingresar, como la ropa y los zapatos (los de caucho suelen ser rechazados).“Hay gente que podrá tener mucha plata, pero llegan como si vinieran de jugar al fútbol”, indica este empresario que a menudo ha sido insultado cuando debe prohibirle el ingreso a alguien. “Pero el negocio es así. He trabajado en México, Miami, Buenos Aires y Río de Janeiro, y se manejan los mismos criterios. Lo que sucede es que el ecuatoriano no está acostumbrado a esa selección”.<strong>Comer sí, bailar no</strong><br />Juan Carlos Robalino, con once años como propietario de un complejo de diversión en el norte de la ciudad, señala que nuestra sociedad es clasista. “No nos molesta comer en un sitio junto con personas distintas, por ejemplo, pero para farrear sí nos molesta. No quieres que tu pareja esté rodeada de gente que no te gusta”, agrega.En lo que respecta a los homosexuales y lesbianas, Robalino señala no tener mayor inconveniente. Pero “es incómodo cuando se ponen cariñosos. Y no somos nosotros, son los mismos clientes que nos alertan cuando una pareja del mismo sexo causa malestar por sus demostraciones de afecto”, indica este empresario que no se siente discriminatorio, pero se maneja en un medio que sí presenta restricciones. Por eso el auge de las discotecas gay, indica.Enrique Pazmiño, administrador del bar 2, 3, 4, en la Zona Rosa, también siente reparos con el ingreso de parejas gay por la misma razón. “Es para no incomodar al resto de clientes”. Pero los casos que encuentra a diario apuntan a la manera de vestir de algunas personas. “La imagen es importantísima en este medio. No puedes pretender ingresar con bermudas, zapatillas o desarreglado. Es una cuestión de sentido común”. Sin embargo, acepta que a veces permite la entrada a extranjeros en esas condiciones. “Es por cortesía. Son personas que vienen porque les recomendaron el sitio y se sienten mal cuando se les prohíbe la entrada. Aunque a veces les decimos que vayan al hotel a cambiarse y regresen”.Diego Alarcón, administrador de otra importante disco de la Zona Rosa, es tajante con su declaración: “Por regla no permitimos el ingreso a negros ni gays. Es para mantener el estatus del sitio. Cuando llegan los dirigimos a otros dos negocios del mismo dueño, en donde sí les permiten la entrada y tocan música que les agrada”.Alarcón lamenta que este tipo de negocios sea discriminatorio, pero es la manera de conservar la clientela. Rubén Segovia, propietario del bar Ojos de Perro Azul, en la calle Panamá, critica ese tipo de posturas entre los establecimientos de vida nocturna. “Nosotros no categorizamos, no discriminamos. Jamás le hemos negado el ingreso a nadie”, explica.Sin embargo, señala que su público está compuesto mayormente por amigos y recomendados de amigos, porque no hacen publicidad. Además, la música que tocan también es una especie de filtro de las personas que suelen llegar; “no tocamos ritmos populares como reggaetón o pop, porque no nos gusta. Nuestro concepto es muy personal, inspirado en el arte, la literatura, la pintura”.Por eso las personas que ingresan y se quedan son generalmente apegadas a ese círculo. Aunque “nosotros luchamos contra el prejuicio. No es parte del concepto humano. No nos gusta. Algún día puede entrar una chica que parezca prostituta, pero no por eso la vamos a tratar como tal. Simplemente puede ser la moda, y nosotros no vamos a discriminarla”.<em>A las clases sociales no les gusta mezclarse. No desean estar juntos. Ni el rico con el pobre ni el pobre con el rico. Y si los juntamos sale perjudicado el negocio”.<br /><strong>Eduardo Ruiz</strong></em>