Llamados también de ‘bolas’, fueron las colaciones que entretuvieron a los niños y mayores de décadas atrás.

Teresa de Jesús Manzano Escobar, nacida hace 79 años en Huachi Grande, sector muy cercano a Ambato, Tungurahua, es propietaria de uno de los más antiguos puestos de confites que hay en el Mercado Central, por la puerta de la calle Seis de Marzo entre Clemente Ballén y Diez de Agosto.

Rodeada de incontables paquetes grandes, pequeños y de diversos colores que contienen galletas, caramelos y otras preparaciones industriales y artesanales, ella manifiesta con emoción cuando se la invita a recordar aquellos dulces que hace varias décadas los vendía directamente o los entregaba a otros pequeños comerciantes.
 
Entre los nombres que evoca están los chupetes, maní bañado de dulce, envasado en cucuruchos de papel de empaque y celofán, ‘cigarrillos’ de manjar de chocolate, suspiros, besitos, chupetes con chicle, roscones, melcocha y, por supuesto, aquellos caramelos redondos y grandes con rayitas de color café o rosado que se vendían en la tienda del barrio, los quioscos esquineros y afuera de las escuelas con la popular denominación de ‘caramelos de bola’ o ‘rompemuelas’.
 
Indica que le da gusto mencionarlo, porque a pesar de que actualmente hay caramelos de diferentes tamaños, colores, sabores y llamativas envolturas, los de ‘bolita’ o ‘rompemuelas’ todavía se venden para deleitar a los niños. Era común ver a los chiquillos inflada su mejilla derecha o izquierda, mientras esperaban que el caramelo se deshaga en su boca, si es que no tomaban la decisión de masticarlo. Por eso es que algunos sufrían accidentes en su frágil dentadura y por eso entonces lo de ‘rompemuelas’ a los caramelos.
 
“Antes venían al granel, en tarros y dábamos un puñado por una peseta o ‘dos reales’ y hasta servían para la ‘yapa’; ahora se venden en fundas de 40 unidades a 50 centavos de dólar”, explica. En su local que atiende de 06h30 a 17h30, de domingo a domingo, Teresa de Jesús Manzano tiene la ayuda de sus nietos Giovanny y Liliana Salgado y su sobrina Magdalena Salinas, que corroboran las expresiones de su abuela y tía sobre los tradicionales caramelos.
 
Los 47 años como dueña del negocio la autorizan a saber exactamente los gustos de los clientes mayores y de los chiquillos que también llegan por allí a buscar figuritas de álbumes, carritos y soldaditos de plástico, etcétera, agrega a la conversación.
 
Son pues, los caramelos ‘rompemuelas’ o  de ‘bolas’ otro de los ingredientes inscritos en el inventario del folclore social y ergológico (comidas, dulces y bebidas), que felizmente no desaparece y sirve para entrar en los caminos de la añoranza.