Fernando Astudillo

Fueron tres noches en una. Paul McCartney dejó una fusión en la fría y lluviosa noche quiteña. La primera de ellas fue una noche intergeneracional.

María Isabel, una guayaquileña de 13 años -con jeans, camiseta y pulsera de Paul-, espera con ansiedad en la fila su entrada al concierto.

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-Si lo viera, me le tiraría encima y le dijera que cambió mi vida.

-¡Pero si tiene 71 años!

-¡Es uno de los grandes ídolos de mi vida!

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María Isabel narra cómo se escurrió la noche anterior y correteó tras el carro de Sir Paul McCartney al pie del hotel Marriot, a su llegada a Quito. Allí consiguió verlo de cerca. La única muralla -y ella lo subraya así- que separaba su mirada de la del exBeatle era el vidrio del auto que lo transportaba. Una segunda muralla fue mucho más real: el chorro de agua que tuvo que aguantar junto a otros fans que se querían acercar demasiado. Tanto que los bomberos quiteños tuvieron que 'abrir' agua para espantarlos.

Estaba empapada, recuerda. Algo que lo cuenta como una medalla en el pecho en su corta vida. Ella, con la voz marcada por la emoción de narrar lo que está tan cerca, es una de las integrantes de ese choque intergeneracional que se vivió en el estadio Casa Blanca la noche del lunes 28. La noche que Paul McCartney, la leyenda viviente de la música, cantó en Quito por casi 3 horas.

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Adelante, unos veinteañeros -otra generación mezclada- hablan de Paul. El uno explica qué significa 'Hey Jude' y comienza a tararear el "take a sad song and make it better...", dando una cátedra de existencia Beatle. Sus amigos escuchan en medio del griterío de siempre en nuestros estadios. En medio de las camisetas, cintillos, aretes, pulseras y todo lo que deje un recuerdo que irá directo a los cajones del dormitorio.

Ya adentro del estadio de Liga, las generaciones se siguen uniendo. Paul ya ha comenzado su recital de casi 40 canciones en 2 horas y 45 minutos. Un joven, con camiseta negra de Black Sabbath, salta haciendo puños con cada impacto que deja la música de McCartney. A su lado, ¿su abuelo?, con la cabeza blanca, repleta ya de caminos sin cabello, mueve los pies y tararea 'Paperback Writer', una canción con 48 años de historia.

Los de 13, 15. Los de 20, 30 o 40. Los de 50 y 60. Todos ellos están mezclados en este momento quiteño, en un estadio casi repleto con unas 30 mil personas. La segunda noche es la obvia. Es la noche de Paul McCartney. De su recorrido, que fácilmente puede dibujar una línea de tiempo que va y viene. Que da saltos entre una trayectoria que arranca con The Beatles, pasa por su banda Wings y llega a su recorrido en solitario, encallando en su último disco, 'New'.

McCartney controla el escenario y al público. Incluso cuando amaga con irse y vuelve dos veces al escenario. Juega con él con su español incipiente y preparado. Cambia de guitarras, de bajos, de instrumentos. Se mueve de la guitarra al piano, y las dos pantallas gigantes lo muestran para que los de tribuna o general aprecien sus muecas, su desenfado y sus juegos de equilibrio con cada guitarra que se saca de encima para volver al piano.

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Su vitalidad deja atrás los 71 años que lleva encima. Igual su voz, casi intacta, que hace olvidar que el legado audiovisual de McCartney ya lleva más de cinco décadas. Y que ese mismo hombre de camisa blanca, chaqueta y pantalón negros, que está parado frente al público ecuatoriano, es la herencia de aquel joven inquieto de Liverpool que estrechó la mano de John Lennon hace casi 57 años para cambiar la historia de la música.

Es justo el momento de los recuerdos. Los que entregan la tercera parte de esta noche. Es la noche de la nostalgia. De las lágrimas de algunos cuando escuchan 'Let it Be' o 'Yesterday'; o cuando tararean ese célebre "na na na na na na...", que parece eterno y que dura casi cinco minutos bajo la lluvia quiteña.

Pero, sobre todo, es la noche de la nostalgia de Paul. Ahora le canta a "su hermano" John y lo recuerda con 'Here Today'. Ahora le canta a Linda, su fallecida esposa, a la que le recordaba con 'Maybe I'm Amazed' el miedo de amar o la sorpresa de entenderse necesitado.

Y ahora le canta a George. Suena 'Something', aquella melodía de Harrison que Frank Sinatra alguna vez calificara como "la más bella canción de amor jamás escrita", y las pantallas muestran imágenes de Paul y George cantando. De Paul y George grabando. De Paul y George riendo.

Es una noche de nostalgia impregnada de alegría. De constatar lo evidente en vivo: que la música de McCartney sobrepasa los años. Que para él no existe el olvido.