Asomarse cada mañana al espejo es un acto de profunda valentía. Asumir esa cana, esa horrenda mancha en el pómulo izquierdo, esa arruga. Pero no hay nada que una ducha eterna y un poco de maquillaje no enderece. Tal vez no totalmente, pero sí lo suficiente para engañar y engañarnos. Para hacernos creer que vale la pena vivir un día más hasta las últimas consecuencias.

Pero hay días en que la visión que nos devuelve el espejo no se endereza. Es tétrica. No te gusta porque compruebas que no solo te han crecido la nariz y las orejas, sino el miedo y la desconfianza. Porque la cana no es solo un pelo blanco, son miles de espinas que pinchan tu cerebro y te impiden entender lo inentendible. Porque la mancha no está en tu pómulo izquierdo, está en tu cara, en tus brazos, en el piso, las escaleras, la calle, el árbol, la montaña y el cielo. Porque la arruga está en el centro mismo del pecho.

Ecuador sin piedad

Tengo el corazón arrugado, pierdo las palabras esquivas, siento un fuertísimo olor a muerte, veo el miedo. ¿Y cómo se escribe con el corazón arrugado? ¿Y cómo se escribe con palabras esquivas, con olor a muerte, con miedo en el alma? No sé, no sé cómo se escribe.

“Almueryuno” llama mi hija Paz a lo que los más sofisticados llaman “brunch”: ese almuerzo que no es almuerzo porque lo comes a media mañana. Ese desayuno que tampoco lo es porque comes casi casi como si fuera un almuerzo. El domingo pasado invité a dos amigas de infancia a este ágape. La charla, los recuerdos, las risas y nostalgias se extendieron casi hasta las ocho de la noche. Al despedirlas y durante una hora Santi y yo zapeamos en busca de una buena película que nunca apareció, a las nueve caímos rendidos. Fue el lunes que me estrellé de frente con la noticia de la muerte de Agustín Intriago.

La frustración social

Esa torpe ingenuidad, que me persigue a pesar de mi edad, me llevó a pensar que la noticia era falsa y a buscar en otros medios, en otras fuentes, en otros diarios: “Conmoción en Ecuador por asesinato de joven alcalde de Manta”, dice la DW; “Asesinan a Agustín Intriago, alcalde de Manta, Ecuador, en un atentado armado”, dice la CNN; “Quién era Agustín Intriago, el alcalde asesinado en Ecuador junto a una futbolista y cuyas muertes conmocionan al país”, dice la BBC.

Asesinato, asesinato, asesinato retumba en mi cabeza y lloro. Lloro por alguien que no conocí, lloro por alguien que no merecía morir. Lloro por Ariana Estefanía Chancay, futbolista igual que mi hija Carito, pienso, mientras siento que el país entero cae, en caída libre, a un abismo del que no se vuelve.

El Twitter me abofetea con una foto de este joven alcalde con un bebé de seis meses, y me acuerdo de que aún me duele la muerte de mi abuelo. Él murió de infarto cuando yo tenía cuatro meses. ¿Qué le dirán al bebé de Agustín? ¡Cómo retumbará en su vida chiquita, en su vida buena, la palabra infame que ahora retumba en las cabezas y corazones de los ecuatorianos de bien: asesinato, asesinato, ¡asesinato!

Paz en la tumba de Agustín y Ariana. Mi abrazo solidario a sus familias y amigos.

¿Y cómo se vive con el corazón arrugado, con las palabras esquivas y con el miedo en el alma? (O)