Me encanta hablar de libros, contar mis historias de librera. Contar, por ejemplo, sobre la persona que preocupadísima pidió algún texto religioso para que su nieto recuperara la fe. “Es común en la adolescencia”, la tranquilicé, pero cuando me dijo que el niño tenía cuatro años y que, por algún desacuerdo, quería pegarle al Niño Jesús, me quedé de una pieza.

Esas son las historias que disfruto y a propósito del Día de la Mujer pensé que podría contarlas en dos entrevistas radiales a las que me invitaron. También me quedé de una pieza cuando, tanto Thalía Flores como Andrés Carrión, de sopetón me lanzaron una pregunta sobre la situación del país.

Círculo vicioso

Supongo que debo haber estado patética en mi pesimismo, que se está volviendo militante, porque Andrés me pidió que terminara con algo positivo, esperanzador. ¡¿A mí?! ¡Justamente a mí que soy incapaz de mentir! ¡¿A mí que no logro poner cara de ponqué, aunque vivo repasando, sin éxito, frente al espejo?! No sé qué dije, pero seguro los radioescuchas ingratamente lo recordarán.

En un almuerzo de domingo mi amiga María Eugenia cuenta de una tía que viajó al exterior llevando aguacates, al verse pillada en su travesura optó por hablar el idioma de la P. No sin antes santiguarse y pedir misericordia a su Dios, empezó la cantaleta: Peperopo popor quépe mepe prepegupuntapa alpagopo quepe yopo napo sepe depe quépe sepe trapatapa… Los agentes de migración liberaron a la tía y a sus aguacates.

¿Cómo ejercen los políticos su cinismo con tal profesionalidad?, me pregunto sin hallar respuesta. Y no son solo los criollitos, ¡qué va! Ahí leemos en la prensa extranjera cómo son capaces de negar hasta lo ridículo: Firmé sin leer, dijo uno hace poco.

¡Sinvergüenzas!

No puedo decir lo que no siento, y tampoco escribirlo. Parece que escribir fuera fácil, pero cuando me siento a hacerlo, a buscar la palabra precisa, el adjetivo adecuado, el rotundo final; cuando libro una batalla de samurái para no dejar salir ese sentimiento que me abruma y que quiero esconder, pero que lo veo acercarse armado con su artillería pesada: metralla, motosierra, montacarga. Entonces el tiempo que paso frente al papel me parece eterno y la lucha se vuelve desigual: si reprimo la palabra miedo, empezaré a temblar; si guardo la palabra llanto, el nudo en mi garganta será insoportable; y, si escondo la palabra olvido, extrañaré a mis hijas más que siempre.

Hace poco Berenice Cordero, @berecordero en X, dijo, ante mi estupor por la cifra de niños muertos: 50 % de los niños y niñas, menores de 1 año, en Ecuador fue víctima de castigo físico, sin importar el nivel de escolaridad de los padres. El 40 % de los niños, niñas y adolescentes, en Ecuador en 2017, recibieron un trato violento por parte de sus padres. Es una conducta generalizada en la sociedad ecuatoriana. Solo un 10 % de los casos de violencia familiar pueden atribuirse exclusivamente a rasgos de personalidad o enfermedades mentales de los individuos.

¿Cómo recupero el optimismo ante execrables violaciones? ¿Cómo hablo en clave de autoayuda ante las dolorosas cifras de desnutrición, maltrato, violaciones y muertes de niños? (O)