Entro en la habitación donde se conserva su piano. En las paredes cuelgan las partituras de su composición El año ilustradas por su marido. Junto a la ventana hay un diván al que acaricia la luz del sol. Me siento. Mi presencia activa la música, suena al borde del silencio como un secreto que solo puede ser escuchado en ese rincón. Veo fantasmas, almas que persisten en las casas donde una vez habitaron, pues se niegan a abandonar lo que alguna vez fuera suyo. Su piano, su diván, su cuarto, su casa, su música, y yo ahí, una intrusa en el siglo XXI violando el velo del tiempo y el espacio, estirando la mano para sentirla.

Fanny Hensel nació en Hamburgo en 1805 y murió en Berlín en 1847. La reconocerían quizá si hubiese conservado su apellido de nacimiento, el mismo que llevaba su hermano menor, el famoso compositor Felix Mendelssohn Bartholdy, pero Fanny, como lo hacen hasta hoy tantas mujeres, adoptó el nombre de su marido. Dicen que desde niña ya deslumbraba con su interpretación de las fugas de Bach. Tan genial era que el célebre músico Zelter le escribió a su amigo Goethe para contarle que Fanny tocaba el piano “como un hombre”. Esto, claro, no bastaba para acceder a los privilegios de uno. Su padre se opuso a que publicara e interpretara fuera del ámbito doméstico. En una carta explica a su hija que si bien la música quizá se convierta en la profesión de su hermano Félix, en el caso de ella “puede y debe ser solo un adorno”. Un adorno, eso era el talento para las mujeres burguesas del siglo XIX, un atractivo, un punto a favor a la hora de encontrar un mejor partido, una distracción para las tardes de melancolía.

Un adorno, eso era el talento para las mujeres burguesas del siglo XIX, un atractivo, un punto a favor...

Veo a Fanny ante el piano. Sueña en los lugares que ha visitado, pero aún más en los que jamás podrá pisar. Siente el ritmo del tiempo en los dedos, el paso de la vida, el nacimiento de su único hijo, el florecimiento de las magnolias, el susurro de las hojas secas, las criaturas que murieron en su vientre. Compone lieder, cantatas, cientos de piezas para piano. Su hermano Félix es su compañero artístico, juegan a la música juntos en un juego desigual cuyas reglas Fanny acata. Acepta publicar algunas obras bajo el nombre de su hermano. Pero cuando la reina Victoria recibe a Félix en el Palacio de Buckingham y pide al compositor que toque su canción favorita, Italia, él no duda en confesar que dicha obra es creación de su hermana. Y aún así, Félix opinaba que era “demasiado mujer” como para dedicarse a componer e interpretar música: el arte resultaría un estorbo en su misión como ama de su hogar…

Fanny murió a los 41 años a causa de un derrame cerebral. La enterraron en un cementerio de Berlín donde descansan judíos conversos como los Mendelssohn Bartholdy. Su hermano, a pesar de ser cuatro años menor, se le unió poco después, vencido por el mismo mal. Corría por las venas de ambos la misma muerte, pero también el mismo elixir de la inmortalidad. Y sin embargo, el nombre de Félix Mendelssohn Bartholdy está tallado en bronce y su obra resuena en bodas o acompaña tardes silenciosas. Mientras que Fanny Hensel es uno de esos nombres que hemos debido rescatar como se desentierra un tesoro. (O)