Cómo se vota con el alma rota, me preguntaba hace 15 días. No sabía si mis pies añejos me permitirían llegar hasta esa Junta 21 de la escuelita República de Bolivia.

“No hay lágrimas ni gritos ni abrazos que alcancen para amainar tanto dolor, tanto horror”, escribí. Pero hubo indignación suficiente y palabras suficientes y fuerza suficiente, para llegar a votar. Para decirle sí a la democracia, sí a la vida, sí a la paz. Sí, sí, sí y sí al bosque, a la selva, al viento y al riachuelo.

Fueron las palabras de mi #AlumnaFavorita, la escritora Paulina Narváez, las que me rescataron del miedo, cuando la escuché leer su texto en nuestra cita de los jueves: “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón. Tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Acá nadie viene a ofrecer nada vivo, porque no es viento, ni aire, ni espuma, ni nada.

Siguen rompiéndonos, siguen aplastándonos, siguen sin moverse porque nada les importa; porque los muertos no son de ellos, porque la patria es tan solo un patio al que ellos pisan, al que ellos abren, violan, matan. Porque saben que el mundo es grande y otros brazos perversos los cubren; porque la patria, esta patria, no es la de ellos…”.

Con el corazón hecho un guiñapo le escuché hasta el final. Fito Páez y la Negra Sosa me iban helando quedito la sangre. Pero fue ese texto potente el que me rescató, me zarandeó y me hizo ir a votar. Fue la Pauli y fueron otros, muchos otros…

Los resultados electorales no dejan de sorprendernos. En sueños me visita Octavio Paz, y a la madrugada me encierro en el baño porque me urge su palabra, pero no quiero despertar a Santi. “Nadie oyó: México no cambió de dirección, los gobiernos no apostaron por la reforma, sino por la continuidad rutinaria y por la mera supervivencia, mientras que los intelectuales se aferraron a versiones cada vez más simplistas y caricaturescas del marxismo”, lo dijo en los años 90 y su actualidad es rotunda, sin pliegues ni chaquiñanes: precisa.

Los jóvenes quieren un país unido, un país de pie, no uno apoltronado en los laureles de oropel.

Habrá gente que crea que la segunda vuelta será entre la izquierda y la derecha, entre el libre mercado que, retomando el itinerario del Nobel mexicano, “…crea, simultáneamente, zona de abundancia y de pobreza. Con la misma indiferencia reparte bienes de consumo y la miseria”; y, la supuesta izquierda que (hace) “mal uso y dilapidación de los recursos humanos y naturales, obras faraónicas (pero sin la belleza de los egipcios), escasez generalizada, servidumbre de los trabajadores y un régimen de privilegios para la burocracia”.

No, definitivamente la decisión será entre el hartazgo y un hilito de esperanza. Los jóvenes quieren un país unido, un país de pie, no uno apoltronado en los laureles de oropel. Ya les heredamos unos hecho añicos, dejémosles que tomen su propio camino, sin izquierda, sin derecha, sin odio. Ojalá ellos puedan unir nuestros pedazos, volvernos uno, ver al frente.

Hace años cuando ellos no habían nacido fuimos un país de paz. Mandábamos a virar los cuellos y los puños de las camisas, heredábamos la ropa de los hermanos, empinábamos cometas y soñábamos. Ojalá podamos volver a soñar. (O)