Mi tía abuela Rosita Hurtado, quien cuidó a papá desde pequeño, era muy unida a nosotros. Mientras su salud lo permitió, los días de feriado viajaba a la playa con la familia, especialmente en Semana Santa y nos acompañaba a la iglesia de Salinas parando, sí o sí, en cada estación del vía crucis. Con ella, mis hermanas y yo observábamos las procesiones y otros ritos religiosos, y luego almorzábamos la deliciosa fanesca que preparaba mamá, a lo bien, sin escatimar los 12 granos apostólicos, empanaditas y maduros.

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La Mamin, como cariñosamente la llamábamos, nos hacía advertencias muy juiciosas, como esta: “Si se meten en el mar durante estos días de Semana Santa se convertirán en pescado”. En mi cabeza adolescente, ‘dura de razón’, no cabían los mutantes, así que la martillaba a preguntas para ver si me convencía algún argumento. Pero nada.

Así que una tarde, desafiando a la Mamin, le anticipé que entraría al agua para que viera que no me convertía en pez. Asomadas en el balcón, la tía y algunas de mis hermanas miraban asustadas cómo caminaba sola por la playa sin bañistas, advertidos por tradición oral del supuesto peligro. Con aire triunfante me adentré en el agitado mar, evitando las algas orilladas y el arrastre de las olas. Estaba por salir cuando sentí algo viscoso que se enredaba en mi cuerpo, lo cual casi me mata del susto, pensando en la profecía de la tía. Y si bien no me transformé en bacalao, tuve la desgracia de ser picada por un banco de aguas malas o medusas que me dejaría toda la siguiente semana con pinta lamentable, adolorida y embadurnada de Caladryl rosado. Al regresar a casa y verme toda enronchada, la Mamin rio bajito y exclamó: “¡Ah! ¿Viste? Eso fue solo una primera señal”. Yo, por si acaso, nunca más entré al mar en ‘días santos’.

Seguramente con la inteligencia artificial será posible tenerlo en casa y recibir uno a uno la bendición...

Y hablando de Semana Santa siempre ha llamado mi atención la bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo), que el papa imparte en Pascua, mediante la cual otorga indulgencia plenaria a los creyentes confesados que hubiesen reparado y compensado un pecado cometido, no mortal, para saltarse el purgatorio y colarse al cielo. Pero, así como va la cosa, quizá el papa debería hacerlo en seguidilla ya que la lista de pecadores necesita de varios discos duros; además, ya no se trata de un solo pecadillo sino de combos de pecadotes posmodernos 3.0, de a purga y repurga.

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¿A dónde irán todos esos pecadores plus?, me pregunto. Quizás debería haber subcategorías en el cielo, purgatorio e infierno, como en La divina comedia de Dante o los círculos y anillos de seguridad para los políticos de alto riesgo. Porque a veces es imposible determinar si algo está prohibido porque está mal o está mal porque está prohibido, como diría Annie Ernaux, Nobel de Literatura 2022.

Con el auge de las tecnologías de la información se ha banalizado la bendición papal y ahora circula por redes sociales y medios de comunicación digital un sonriente papa Francisco, hasta en forma de meme. Seguramente con la inteligencia artificial será posible tenerlo en casa y recibir uno a uno la bendición en forma personalísima. Claro, aquellos que ruegan por salvarse, digo. (O)