Cuando el 11 de julio de 1963 la Junta Militar de Gobierno se hace del poder mediante un golpe de Estado, ya es notorio que nuestros sectores intelectuales y populares están rendidos ante el influjo de la Revolución cubana en muchos terrenos, incluido el de la cultura y las artes. Precisamente en los últimos días de octubre estalla la crisis de los misiles en el Caribe, y Cuba es el blanco de un posible ataque nuclear. Este enfrentamiento político-militar derivaría en otro, en el que los cubanos y los soviéticos discrepan y se distancian porque los primeros comprobaron que la isla era, a fin de cuentas, un peón de la Unión Soviética.

Ya en 1962 en el Ecuador se ha consolidado el grupo cultural y artístico de los tzántzicos, autollamados así porque toman como símbolo de sus propuestas el antiguo ritual del pueblo shuar de cortar y reducir las cabezas de los enemigos, en este caso, las de los artistas y escritores que ellos consideraban burgueses. El lenguaje que emplean los tzántzicos se alinea con la prédica insurgente que junta las letras y las armas, al menos en el discurso, para consolidar un ideal que ya recorría otras latitudes: la literatura era un instrumento más para conseguir, por medio de la insurrección popular, la revolución latinoamericana.

El arte es definido como un momento de la guerra. Nuevas formas artísticas –para la lírica, estilos prosaicos, recios, descarnados, malsonantes incluso, callejeros, vulgares– y nuevos contenidos –articulados alrededor de la derrota del capitalista y el burgués– son practicados por los tzántzicos. Además, se insiste en el esfuerzo por acercar la poesía a la clase obrera y al pueblo. Se ha inaugurado una especie de guerrilla literaria en lo que ellos llaman el debate cultural, y, por ser considerados burgueses, serán objeto de escarnio muchos escritores y artistas que no se han comprometido abiertamente con la lucha revolucionaria.

Los tzántzicos, pues, estaban implantando un ideario que juntaba algo de la fantasía roja de Jean-Paul Sartre con los postulados de la Revolución cubana. El ingenio en la conformación del verso fue el método de la poesía de casi todos los tzántzicos, quienes buscaban que los oyentes y los espectadores en sus recitales asumieran ideas y acciones de rebeldía. La frontalidad inmisericorde –como en una batalla– es una característica de los tzántzicos, quienes, inspirados por el guevarismo, buscan que las manifestaciones culturales y artísticas reflejen la acción revolucionaria, antimperialista, proletaria y de masas.

De 1962 a 1968 los tzántzicos arremetieron contra la democracia y contra la dictadura, ya que no supieron discriminar entre estos tipos de regímenes políticos, pues ambos eran para ellos –como lo había ordenado el guevarismo– la manifestación de los lacayos del imperialismo norteamericano y sus aliados criollos. ¿Qué hemos aprendido de la gesta tzántzica de hace sesenta años? ¿Sigue siendo la democracia entendida solamente como expresión de un Estado hegemónico que domina todas las esferas de la vida social? ¿Cuánto del delirio de los veinteañeros de entonces determina hoy la tarea de los escritores y artistas? (O)