En los estudios sobre la política y la sociedad frecuentemente se advierte que, a diferencia de lo que sucede en la literatura y las artes, para comprender la realidad debe distinguirse con claridad el sentido de la ficción. Esta es fundamental en la novela, en la poesía, en la pintura, en las obras de teatro. La ficción, en las artes, nos ensancha la dimensión de lo que llamamos realidad. En cambio, cuando debemos sopesar la realidad desde un punto de vista político, la ficción puede ser peligrosa porque a veces inspira actitudes delirantes sobre la vida de verdad y pone a circular comprensiones distorsionadas de lo real.

Cuando, a propósito de la incursión de la Policía ecuatoriana en la embajada de México en Quito, el expresidente y prófugo de la justicia Rafael Correa afirma que se trata de “un caso bélico, un caso para guerra”, insinuando además un supuesto derecho mexicano de bloquear el golfo de Guayaquil, “declarando la guerra frente a tremenda agresión”, estamos ante una situación en que los hechos son construidos a partir de elementos de la ficción, habiendo abandonado la sensatez que da el tener los pies en la tierra.

Parece que ciertos políticos han desarrollado la capacidad de decir cualquier idiotez como si fuera un análisis brillante.

En el año 2006 el escritor mexicano David Toscana publicó la novela El ejército iluminado, en la que cuenta la tragicomedia de un grupo de seis personas que, debido a la delirante comprensión del profesor de historia Ignacio Matus de que es posible recuperar Texas para México, emprende una aventura que tiene como meta la reconquista de El Álamo. Como se comprenderá, la novela está llena de momentos hilarantes sobre todo porque parodia una supuesta postura patriótica con la locura que se proponen. La ficción en la literatura acrecienta la comprensión de lo real; la ficción en la realidad la empobrece.

Además de dedicarse a la enseñanza de historia en un instituto –utilizando un viejo mapa en el que Texas aún forma parte del territorio mexicano–, Matus es un maratonista aficionado que en su ciudad corre los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros reglamentarios a la vez que se corre el maratón olímpico oficial. Él y sus amigos toman su tiempo y, al llegar a la meta, lo comparan con los resultados oficiales; de ese modo se cuelga medallas olímpicas. En ese contexto arma un ejército antiyanqui de iluminados: un ejército sin municiones, con ‘soldados’ que se duermen, que no conocen el terreno, sin algodón ni alcohol…

Los combatientes cruzan un río y deciden que ese es el río Bravo, que separa la frontera entre México y los Estados Unidos. Ven un rancho que se parece a un fuerte y deciden, por mayoría de votos, que están en El Álamo, sin reconocer que ni siquiera han salido de México y que pronto, confundidos como bandidos, los verdaderos militares les producirán bajas a esos iluminados. ¿Así es la guerra que Correa incita que México emprenda contra el Ecuador? ¿Una guerra fraguada en una mente demencial, que confunde la ficción con la realidad? ¿Una mente que, creyéndose la de un iluminado, no hace más que mostrarse como una caricatura? (O)