El mundo entero parece estar en guerra y de hecho lo está. Porque ninguna guerra es aislada. Todas, aun la más mínima, tienen que ver con todos. Todas nos involucran y no podemos ni negarlas, ni evadirlas, ni desconocerlas, tenemos que enfrentarlas cada uno desde su espacio, su responsabilidad, su visión y su compromiso. Hagamos lo que hagamos siempre será insuficiente, pero llevará en sí el germen de una propuesta y una vida nueva, si intentamos ser justos. Aun cuando solo podamos hablar, las palabras producen vida, o pueden provocar guerras y muerte. Por eso hay que ser tan cuidadosos con ellas, que no es lo mismo que ser ambiguos.

No deberíamos acostumbrarnos a las muertes y la destrucción que las guerras producen.

El menos malo

El bien supremo es la paz, que no es negación del conflicto, no es una ideología, es y debería ser una realidad. Debería ser una acción constante. En la guerra Israel-Hamás (que no es lo mismo que pueblo palestino), reconocer el sufrimiento de un pueblo no da carta de ciudadanía para que grupos terroristas, es decir que producen terror, cometan las mayores aberraciones en nombre de la justicia cuando lo que hacen es una masacre, una venganza, una vergüenza. Ni tampoco se puede justificar una reacción que condena a los civiles de Gaza, a miles de niños, a vivir el hambre, la desolación y el espanto. Ojo por ojo y todos quedarán ciegos. Ya Saramago lo decía, somos ciegos que podemos ver, pero no miramos.

La guerra en nuestro país no es solo nuestra, es regional y global, porque el narcotráfico es un poder global. Los grupos criminales, no solo de las regiones más devastadas por el miedo (Guayaquil, Esmeraldas, Los Ríos, las cárceles), tienen que ver con todo el país, países vecinos, la región y el mundo.

Cuando este artículo sea publicado estaremos en las horas finales de comentarios antes de elegir a quien deberá ejercer el Poder Ejecutivo, en las vicisitudes de las encuestas y los últimos mítines, entrevistas, en el ruido y el sobresalto.

Voto sin engaños

Sin embargo, tanto electores como posible elegido/a, deberíamos encontrar un espacio para hacer silencio y preguntarnos qué rumbo daríamos al país si solo dependiera de cada uno de nosotros. A quién confiamos lo más querido que tenemos, que se verá impactado por la decisión que tome la mayoría.

La familia, el trabajo, la salud, las distracciones, la cultura, el arte, serán influenciados por las decisiones políticas que tome él o la elegida. La seguridad tan demandada dependerá del equipo que se encargará de las medidas que lo logren.

El domingo no deberá ser un día de grandes celebraciones. sino de grandes compromisos. La sola elección es el resultado de la ingobernabilidad del país, de la falta de decisiones adecuadas, tomadas a tiempo, de las agendas personales o de grupos por sobre el bien común, de la incapacidad de buscar acuerdos, y de forjar un nosotros en medio de intereses y agendas particulares y de la economía de la droga que mueve enormes capitales y corrompe y mata.

Esa realidad ha empeorado. Quien sea elegido tendrá la dura tarea de superarse a sí mismo/a eligiendo bien el equipo que dirigirá, complementando sus falencias con capacidades que sumen. No está en juego el futuro, está en juego el presente. (O)