Todo va rápido, demasiado rápido, y nos olvidamos de respirar, digerir, ver... vivir. Corriendo de necesidad en necesidad, de persona en persona, atracándonos de imágenes de la vida propia y ajena sin orden ni concierto. Nuestros ojos precipitándose de la noticia de la muerte de un tío a una publicidad de zapatos. Nuestra mente a tal velocidad que se ha dejado el corazón atrás mientras el dedo salta compulsivo e impaciente pantalla abajo: de la guerra en Ucrania a las próximas elecciones en Ecuador de un solo golpe devastador.

Paren el mundo que me quiero bajar, me digo al terminar mi tercera clase del día tras escuchar a una alumna decir que si asiste a mi curso es porque ya pagó por él. ¡Paren el mundo que me quiero bajar!, cuando mi hija me consuela contándome que en su cole hasta a la mejor profe algunos alumnos la tratan con desdén. ¡¡Paren el mundo que me quiero bajar!!, cuando en el silencio de la noche irrumpen los gritos de un vecino borracho insultando a un taxista por ser extranjero y negándose a pagarle en euros lo que ya le pagó dejándole el taxi cubierto en vómito.

Hace un par de semanas, la prensa cotorreaba sobre los niños hallados vivos en la selva colombiana 40 días después de haber sobrevivido al choque de la avioneta donde iban con su madre. ¿Pero quién hará el seguimiento de la salud mental de aquellos niños y el futuro que les espera? ¿Y qué hay de las denuncias de violencia doméstica contra Ranoque, el padrastro de las dos mayores? ¿Es que nadie se atreve a preguntarse por qué Lesly no solo mantuvo con vida a sus hermanos, sino que además los instó a esconderse de los socorristas? Quién tiene ya el tiempo para ahondar en aquello que podríamos cambiar, quién si ya nos precipitamos hacia una nueva dosis de adrenalina y polémica: los aventureros del Titan en su exclusivo sumergible, desde el cual esperaban admirar los restos de una tragedia histórica pero donde terminarían asistiendo en primera fila a su propia tragedia.

A veces el mundo nos muestra sus rincones más oscuros: cavernas donde un ser humano odia a otro solo por el hecho de haber nacido en un lugar distinto (y haber tenido la osadía de no quedarse allí), pantanos donde el lodo del cansancio se nos aferra a los pies y el fantasma del fracaso nos susurra al oído. A donde quiera que volteamos a ver: violencia, injusticia, corrupción, egoísmo, estupidez. ¡Paren ese mundo que nos queremos bajar!

¿Y si nos bajamos? ¿Y si nos negamos a seguir viviendo así? ¿Y si en lugar de obsesionarnos con el qué y qué más y más y más con que nos hinchan los imparables flujos virtuales nos detenemos a leer, pensar, considerar el porqué? ¿Y si en vez de apuntar con el dedo a cada egoísta, racista, pícaro, inepto, ingrato no decidimos cada uno, en el silencio de nuestra consciencia, empezar a luchar contra ese egoísta, racista, pícaro, inepto e ingrato que vive en nosotros mismos? ¿Y si renunciamos a bailar al ritmo sórdido de un mundo engendrado por el dinero y el poder y nos sentamos a la luz del sol a respirar, ser y crecer? ¿Y si nos desconectamos del vértigo de las palabras y las cosas y nos conectamos al misterio del silencio y de las almas? (O)