Queríamos cambiar el mundo canto a canto, libro a libro y cantábamos: Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente… Y leíamos con urgencia y deleite. Queríamos cambiar el mundo canto a canto, libro a libro y cantábamos: Venceremos, venceremos, la miseria sabremos vencer… Úrsula Iguarán y la Maga y Beatriz Viterbo y Gregorio Samsa… poblaban nuestros días y nuestros sueños. Éramos jóvenes y llegó el petróleo.

Los dictadores militares lo pasearon en un imponente desfile por la avenida de los Shyris, y nos regalaron diminutos barrilitos vestidos de tricolor que prometían bonanza. La profe de Estudios Sociales hablaba de cómo íbamos a sembrar el oro negro, mamá se deshacía de su cansada cocina eléctrica y la cambiaba por una a gas. Todo era prometedor, nuestros sueños de justicia estaban ahicito: Huasipungo, nunca más, Las cruces sobre el agua, nunca más, Baldomeras nunca más.

Les creímos a los dictadores y a la profe, pero el petróleo en Ecuador no solo llegó a esparcir su negrura por la selva, por los riachuelos y pueblos, sino que trajo una burocracia grande, ineficiente, pesada, obesa. No solo trajo dinero para unos cuantos nuevos ricos que ni cantan ni leen, sino que enquistó, en las vísceras de la patria, la corrupción más execrable.

En 1991 o 1992 viajé al Oriente a juntar información para un directorio ambiental. Recorrí y vi y me aterré de la pobreza y desamparo de Lago Agrio, Dureno, Shushufindi, Coca, y otros pueblitos cuyos nombres, de tanta infelicidad, hasta he olvidado. Conocí a un curita de la misión Populorum Progressio. Él me contó que todos los ríos de Orellana estaban contaminados y que el índice de cáncer ya había dejado muertos.

Hace poco el obispo de Aguarico recordó que el 7 de abril de 2020 se derramaron 15.600 barriles en el río Coca, y aseguró que no se ha hecho la remediación ambiental.

Quienes quieren explotar el Yasuní nos dicen que esta vez será diferente: que en esta ocasión sí se repartirá la riqueza...

A mi taller de narrativa llegó Adrián Palacios, él se conecta desde el Coca. Sus historias tienen el sonido de la selva y la fuerza de la indignación: “No hay agua potable, la calidad de la electricidad, salud, educación tienen un tremendo nivel de retraso. Tenemos récord de insalubridad y desnutrición en menores de 5 años…”.

Quienes quieren explotar el Yasuní nos dicen que esta vez será diferente: que en esta ocasión sí se repartirá la riqueza; que no se contaminará; que al fin la operación será transparente. Oh my God! El paraíso a nuestros pies.

Promesas vacías, iguales a las del marido golpeador, la mujer que pone cuernos o el curita pedófilo. Juran arrepentidos que esa será la última vez. ¿Por quién nos han tomado? ¿Creen que un afiche de un pobre sapo en extinción nos engaña? No, esa sapada no nos convence.

Voto sí porque vi que llegó el petróleo y todo se volvió negro, oscuro, raro. Aunque queramos cambiar el mundo libro a libro, canto a canto, aparecen como fantasmas malvados El festín del petróleo, de Jaime Galarza Zavala, publicado en los 70, en tiempos del primer boom petrolero; y, El feriado petrolero, de Fernando Villavicencio, de la década del segundo boom. Entonces cantamos, pero bajito: ¿Qué me dejó tu amor que no fueran pesares…? (O)