Esa frase provocadora es de Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, en el capítulo Guerra. Un libro interesante, que mezcla historia, filosofía, interpretaciones de la realidad y visones de futuro.

Me duele, conmueve la realidad nuestra y la de otros muchos pueblos. La inseguridad, la violencia, hechas patrón de conducta, cuando parecía que desterrábamos la guerra de nuestros horizontes cercanos, porque hemos constatado que actualmente todos pierden con ella. Sin embargo, invade todos los continentes.

Antes se ganaban y fundaban imperios como resultados de triunfos en batallas. Hoy asistimos al ring del Oriente Próximo, la larga guerra ucraniana, los desgastes y consecuencias de nuestras guerras internas, que vemos además en Nicaragua, en países vecinos. El interminable éxodo de migrantes por tierra y por mar, todos huyendo de algo y buscando algo. Lo constatamos en la naturaleza expoliada en nombre del progreso y siguiendo la máxima: “después de mí, el diluvio”.

Me pregunto qué nos espera o mejor cómo seguir para aportar a una profundización del respeto y admiración de la vida, toda vida, y protegerla, amarla y cuidarla en sus múltiples manifestaciones.

Una información sobre los combatientes de Hamás dice que se han encontrado en sus cuerpos vestigios de haber consumido drogas, que entre otras cosas suprimen toda reacción frente a lo macabro de los asesinatos. Lo mismo debe pasar seguramente en sus contrincantes. Nadie en su sano juicio puede matar a mansalva si no está adoctrinado y anestesiado en sus sentimientos más profundos. Ese rol no solo lo cumplen las drogas.

Gran parte de la violencia se derrumba cuando se mira al otro a la cara...

“Los nacionalismos de todo tipo, las tensiones religiosas y culturales empeoran por el sentimiento de que mi nación, mi religión y mi cultura son las más importantes del mundo; de ahí que se considere que mis intereses se hallan por encima de los intereses de cualquier otro, o de la humanidad en su conjunto”, dice Yuval Noah Harari. Muchos piensan lo mismo de sus movimientos y partidos políticos.

Lo mismo pasa a escala más pequeña, con las bandas, las mafias, a las que hay que agregar el poderoso imán del dinero considerado la fuente de la felicidad, el éxito y el poder. En su nombre no importa sacrificar vidas.

En reuniones de varias horas, durante varios días, con jóvenes de sectores sumamente vulnerables sometidos al desprecio de la vida, algo queda muy claro. No están acostumbrados a expresar, conocer, identificar sus sentimientos. Viven lejos de ellos, hospedados como están en los mensajes rápidos de redes sociales violentas donde el rumor y el insulto son parte de la comunicación. Le tienen miedo al silencio. También lo temen los adultos que se escudan en la máscara de su saber y su rol, para dar consejos, juzgar y no escuchar.

Gran parte de la violencia se derrumba cuando se mira al otro a la cara y se acepta ser interpelado por sus ojos, sus palabras, sus gestos. Cuando se escucha sus ansias de ser comprendido y amado, cuando se entiende que necesita un abrazo más que una reprimenda.

Parte de la superación de la violencia que crea la estupidez humana pasa por aprender a bucear en el interior de ese ser que tenemos más cercano: nosotros mismos. (O)