Me sorprendió ver a la gente jovial y colorida caminando por la avenida más bonita de la ciudad, bebiendo agua de coco del propio coco y arrojarlo a la vereda como quien bota un diminuto pucho de cigarrillo.

Me sorprendió entrevistarme con un alcalde que pertenecía a una estirpe de alcaldes: durante largos años el cargo lo venían alternando hermanos y primos de una misma familia. La entrevista fue en un edificio medio desmantelado y cuyas ventanas aún seguían sin vidrios.

Esmeraldas no se ahogará

Me sorprendió ver que la oficina de turismo quedaba frente a un deliberado basural y que al director no le incomodaba ni el olor ni la multitud de gallinazos o pavos de techo, como él los llamaba.

Me sorprendió la infelicidad y la desigualdad de su gente. Era el año 1991 y Esmeraldas no dejaba de sorprenderme. Fue el año en que colaboré con el Comité Ecuménico de Proyectos en la búsqueda de respuestas sobre conciencia ambiental. Viajé a la provincia de Esmeraldas y volví ingratamente sorprendida. Recuerdo que no sabía por dónde empezar mi informe. Todo me resultaba increíble.

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Hoy, 32 años más tarde, veo que su población y su infelicidad prácticamente se han duplicado, que se han reproducido tanto como su miseria, y que los distintos políticos, de distintos colores y tendencias, han abandonado Esmeraldas a su suerte o, mejor dicho, a su mala suerte.

(...) repaso las imágenes del noticiero y vuelvo al desasosiego, a la tristeza y a la desesperanza.

Veo niños enlodados, mujeres desoladas, hombres desconcertados y me pregunto: ¿qué tendrán los políticos en el pecho? ¿Lo tendrán hueco y árido y húmedo y putrefacto, como una caverna de alacranes? ¿Qué tendrán? Tal vez ahí es donde se les instala la vanidad, la ambición, la megalomanía, la indecencia. Porque corazón seguro que no tienen. Muestras de ello dan a diario.

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Como en un acto de demencia, o como quien espera un milagro, repaso las imágenes del noticiero y vuelvo al desasosiego, a la tristeza y a la desesperanza. En pleno insomnio me levanto ansiosa a hurgar armarios, despensas, cajones, en busca de ropa, enseres, libros y alimentos no perecibles para enviar a la gente que lo está pasando mal. No encuentro nada. De cierta manera me alegra confirmar que vivimos con austeridad. Vuelvo a la cama. El frío me hace bostezar, pero el insomnio no amaina. Entonces, nuevamente, como en un acto de demencia, o como quien espera un milagro, repaso las imágenes del noticiero y vuelvo al desasosiego, a la tristeza y a la desesperanza.

Tomo el teléfono y casi a tientas digito Es-me-ral-das, y me topo con esto: “Es conocida como la Provincia Verde por su gran cantidad de productos agrícolas. Esmeraldas es uno de los más importantes centros administrativos, económicos, financieros y comerciales del Ecuador. Las actividades principales de la provincia son el comercio, la ganadería, la industria y la agricultura. Gran parte de su economía depende de la exportación de camarón y banano. Además de esto, se produce cacao, tabaco y café. Son importantes la pesca, la industria petroquímica y el turismo”. ¿En serio? O sea que es mucho peor. Ni siquiera es falta de recursos: es falta de conciencia y exceso de ambición. Es sinvergüencería y estupidez. (O)