El pasado 7 de octubre, sábado, el grupo terrorista Hamás desató una masacre brutal contra los judíos de Israel: mataron a unos 1.400 civiles y se llevaron a más de 200 rehenes. La invasión desató una nueva guerra entre Israel y el grupo terrorista palestino, que puede generalizarse en Medio Oriente contra otros grupos y países enemigos de Israel. Por ahora es la expedición punitiva de un país soberano y reconocido por todo el mundo contra un partido político-militar, en el poder en un territorio de 360 kilómetros cuadrados. El fin de Hamás es aniquilar a todos los judíos, porque los alimenta el odio antiguo de haber sido despojados de su territorio y arrinconados en la Franja de Gaza. Nunca Palestina fue un país soberano, mientras que los israelíes tienen sobradas pruebas, desde la época de Abraham, de que esa es su Tierra Prometida. Hay otros enclaves palestinos pegados a Israel y gobernados por la Autoridad Palestina (en la que no participa Hamás), pero ninguno tan poblado, tan pobre y tan enojado como la Franja de Gaza.

Israel tiene una de las fuerzas armadas mejor equipadas del mundo, además de una superinteligencia y una alianza fraterna con los Estados Unidos. Enseguida sitiaron la Franja de Gaza dejándola sin luz, sin agua y sin suministros y todos los días bombardean edificios señalados y barrios enteros donde se supone que están sus enemigos. Han matado ya a más de 8.000 palestinos entre combatientes y civiles, y han dejado una cantidad inmensa de heridos. Después de tres semanas de ablandarlos con bombardeos, están entrando con pies de plomo por el laberinto inextricable de túneles donde se esconden y circulan los terroristas de Hamás y donde se supone que están los rehenes convertidos en escudos humanos.

No se puede cometer un delito para castigar otro, entre otras cosas porque el que lo hace se rebaja a la condición del delincuente.

Todo país tiene derecho a defenderse cuando es atacado, pero ¿es proporcional la represalia israelí sobre Palestina?, ¿y cómo se mide esa proporción? Los relatos de los sobrevivientes israelíes, las filmaciones de celulares y las escenas encontradas en los kibutz, son tan terroríficas que mueven a castigar más allá de todo límite a los que las provocaron, pero ¿se puede hacer eso? Israel dice que va a aniquilar a Hamás, cueste lo que cueste.

Parece un retroceso de cuatro mil años en la historia, hasta antes de la ley del talión, que limitó la venganza a la estricta igualdad. El más fuerte no puede tomarse revancha a la medida de la propia fortaleza, a la vez que se protege el resarcimiento del más débil. Pero en estos cuatro mil años el derecho evolucionó, por lo menos en Occidente, y entregó el monopolio de la justicia y la aplicación de penas a jueces y fuerzas independientes. No se puede cometer un delito para castigar otro, entre otras cosas porque el que lo hace, se rebaja a la condición del delincuente. Arreglar una muerte con otra muerte solo consigue dos muertos y sobre todo suma odio sobre odio, generación tras generación, siglo tras siglo. Por eso es sabia la loca ley que el cristianismo opuso a la del talión: la de la otra mejilla, que supone el amor sobre el odio, pero además resulta que si uno no quiere, dos no pelean. (O)