Ya no se trata solamente de robarle al Banco del Pacífico millones de dólares a través del abuso de una acción de habeas data. De hecho, este abuso del habeas data y de otras acciones constitucionales con fines de enriquecimiento viene ocurriendo desde hace algún tiempo con la complicidad de jueces y abogados. Una secuela de esta práctica corrupta es lo que le está pasando a otra banca pública como es la Corporación Financiera, donde millones de dólares se le ha ordenado a la institución que pague a un individuo gracias a una acción de protección. Que el autor del asalto al Pacífico sea el líder de un importante partido político que invoca las virtudes cristianas en su nombre, tampoco parece ya sorprendernos.

Ya no solo se trata de extorsionar a presidentes o ministros de Estados o magistrados amenazándolos con juicios políticos a cambio de que se les hagan favores económicos, personales o se les satisfagan delirios de venganza. Allí como muestra está el chantaje que al estilo de la mafia siciliana se le viene haciendo a la fiscal general, llevándola a un juicio político a sabiendas –tal como lo admitieron públicamente– de que no hay razón para ello, con la finalidad de que, a cambio de salvarla de su destitución, no cumpla con sus deberes y se haga de la vista gorda o para que baje el tono, para que no indague cómo es que hay gente que mueve millones de dólares en contado gracias a la protección que tienen de caciques poderosos o para que se deje guiar sobre a quién acusar y a quién no. Como tampoco les parece suficiente haber convertido a las instituciones judiciales en centro de prostitución y en una bolsa de valores donde a diario se compran y venden resoluciones judiciales con apariencia de legalidad. Ni tampoco se trata ya de haber montado desde la legislatura toda una estructura normativa y de poder para facilitarle la vida al crimen organizado y a los carteles.

No, nada de eso parece haber sido suficiente para esta gente. No contentos con haber envilecido la política a punta de robo, chantaje, narcotráfico, prostitución y tráfico de influencias, y no contentos con haberse enriquecido insaciablemente abusando de su poder y haberse dedicado a perseguir a adversarios para lamer sus resentimientos, ahora resulta que habrían tenido hasta vocación de asesinos. En efecto, de las recientes investigaciones del operativo Purga comienzan a surgir indicios de que algunos elementos de estas organizaciones políticas estarían involucrados en el asesinato de Fernando Villavicencio, tal como muchos sospechaban. Y es que llegó un momento, ciertamente, en el que a Villavicencio tenían que “darlo de baja”, como dicen los pandilleros. Sus pesquisas y denuncias se habían convertido en una amenaza no solamente para tal o cual político pillo. En realidad, Villavicencio –que de paso estaba por ganar las elecciones– comenzó a poner en riesgo a toda la casta, como diría Milei. Todo ese andamiaje criminal que ha venido gobernándonos tras bastidores había comenzado a agrietarse gracias a su tenacidad y arrojo. El asesinato de Villavicencio es como la desembocadura donde convergen todas las alcantarillas de las aguas servidas de la corrupción, de esa clase que tiene secuestrado a nuestro país. En ese crimen se resuelve nuestro fracaso como nación. (O)