Es evidente que la literatura ecuatoriana vive un momento de intensa producción e indagación en innovadoras posibilidades estéticas. Una de estas regiones es la novela gráfica. Pienso que un momento como el actual, inevitablemente, debe estar acompañado de una crítica seria y capaz de fomentar una atmósfera de debate, para un país que suele decirse de pocos y malos lectores, pero que definitivamente escribe y hace interesantes propuestas. Un país, además, con un cada vez más precario mercado editorial, en el que la dedicación para editar y publicar un libro resulta una verdadera proeza.

En ese contexto ha llegado a mis manos La Cuca ilustrada, novela gráfica de la cineasta e ilustradora ecuatoriana Anabel Llerena, que por medio de la escritura y las ilustraciones ha construido una obra divertida, catártica, crítica, llena de humor inteligente y de capacidad para entender los grandes relatos de nuestro tiempo, hijo de una liquidez como la corriente iracunda de un río, por unidireccional y avasallador. Una liquidez a veces más moderna de lo que Bauman imaginó. Destaco que se trata de una edición independiente, sin sello, porque en el Ecuador la manera menos traumática de dejar de ser inédito es hacer tu propio libro, cueste lo que cueste. El editor del texto, sin embargo, es uno de los más lúcidos intelectuales y comediantes de la actualidad, Iván Ulchur Rota.

Llerena, en cualquier caso, nos recuerda que la mejor manera de entender lo que nos ha sucedido es con distancia

Es preciso aplaudir la facilidad con que Anabel Llerena ha logrado establecer un puente orgánico entre lo público y lo privado, que es o debería ser la misión de toda conciencia con sentido político. Este libro, dotado de un luminoso desencanto, entiende que los grandes debates públicos y políticos de nuestro tiempo también tienen que ver con el amor, el sexo, la salud mental y la crisis de la edad. Temas, por demás, universales, pero abordados desde los propios registros del espacio: un Quito ontológicamente barroco, brumoso, vulnerable al sol equinoccial y al devenir curuchupa y mojigato de una sociedad en donde el soroche es la regla y no la excepción. Los roles de género, no como una teoría, sino como una verdadera experiencia por fin reconocida, son los hilos conductores de esta historia, que tiene tono de confesión, quizá porque la literatura necesariamente es una libertad que se desborda.

La autora, de hecho, ha confesado que concibió el proyecto de La Cuca ilustrada tras el fin de una relación y en el contexto de su autoconocimiento terapéutico, en el que procuraba identificar patrones de comportamiento a través de su vida. Históricamente, las malas decisiones suelen ser la materia prima del arte, pero en este caso la autora ha logrado esbozar la crisis afectiva de una generación entera cuya educación sentimental sucede también en aplicaciones de citas y bajo la presión de abrumadoras expectativas, así como al lidiar con un machismo camaleónico, que se viste con la piel de aliado pero que en el fondo sigue siendo el mismo. Llerena, en cualquier caso, nos recuerda que la mejor manera de entender lo que nos ha sucedido es con distancia. Y de todas las distancias la mejor es poder reírnos de nosotros mismos. (O)